El agujero negro

Hacían una pareja estupenda. Llegaron a casa en enero del 2012, la noche de Reyes y desde aquel día, jamás se separaron.

Su primer paseo juntos fue la mañana siguiente a su llegada. Salieron de casa antes de mediodía para visitar a unos familiares y después comieron con unos amigos. En la sobremesa se acariciaron por debajo de la mesa, se rozaron los pies liberados de los zapatos y mantuvieron esa costumbre cada vez que el mantel de una mesa o la penumbra de un cine les permitían ese gesto íntimo fuera de la vista de los demás.

Mantenían una rutina semanal prácticamente inamovible. Salían los sábados, alguna vez lo hacían los domingos, casi nunca dos días en la misma semana y, desde luego, jamás dos días seguidos, claro. De esa forma visitaron prácticamente toda la ciudad. Cruzaron la mayoría de los puentes, recorrieron calles, bajaron escaleras, subieron en ascensores, viajaron en coche y en avión. Conocieron Roma en aquel crucero, fue una suerte, les podría haber tocado el Día de la cena del Capitán y ya sabían de antemano que no pasearían por Pompeya, eso les tocaría a alguna pareja más “deportiva”.

Todo lo hicieron juntos, siempre juntos.

Ellos eran una pareja formal, más bien clásica. No llamaban la atención, no eran estruendosos, como otras parejas con las que se cruzaban algunas veces. Se sentían cómodos con su estilo sobrio pero, de vez en cuando, envidiaban las aventuras que corrían los demás. Aventuras que solamente podían intuir porque, ¡cómo iban ellos a practicar el esquí, o jugar a tenis, o subir a la montaña!
Es cierto que todas esas experiencias las tenían al alcance de unos pocos pasos, pero al final eran otros los que las disfrutaban. ¡Claro que fueron a Andorra!, pero solo salieron a cenar una noche. Es cierto que muchos sábados se acercaban a las pistas de tenis, pero siempre aguardaban en el vestuario a que otros jugaran unos sets. Lo mismo ocurría cuando iban a la montaña, se quedaban en el refugio a sabiendas de que parejas más preparadas, más atrevidas, menos “elegantes” irían a recoger setas.

A cambio, ellos estaban en los acontecimientos importantes. En la graduación de su mejor amigo. En la comunión de sus primos, los gemelos. En la inauguración de la sala de exposiciones, en la apertura del centro comercial, en algunas bodas, aquellas en las que la etiqueta no exigía esmoquin…

Y, desde luego, salían de marcha. No en vano eran la pareja “de los sábados”. Iban a bailar, a cenar, a tomar copas y muchas noches al llegar a casa, si era temprano, se quedaban en el salón para ver alguna película que les ayudara a dormir.

Todo lo hacían juntos, todo. Incluso el baño. ¡Era tan placentero recuperar la frescura tras una jornada fuera de casa! Eso fue lo que les desgastó primero y los separó después.

Aquel día, el aciago día en que se separaron, amaneció lluvioso, el locutor de la emisora dijo que las lluvias durarían toda la jornada. Por ese motivo casi no cumplen con su ritual de baño, aunque finalmente lo hicieron.

Había rumores de que podía suceder. Se decía que antes o después las parejas se separaban tras pasar por allí. “No con nosotros”, se decían. “Eso no nos pasará”. Pero ocurrió.
Lo estuvo esperando durante días primero, durante semanas después. Tenía el convencimiento de que más pronto que tarde volverían a reunirse, pero eso nunca ocurrió.

Le buscaron otra pareja que había pasado por su experiencia meses atrás, pero no “casaron” bien. Se notaba que no eran un mismo par.
El día que lo reciclaron como bayeta para quitar el polvo, maldijo a la lavadora que lo condenó a tan cruel destino, al llevarse a su pareja de calcetín a “no se sabe dónde”.

PD. Estaba pensando que los dos partidos mayoritarios PP y PSOE, son, cada vez más, una pareja. ¿Venden lavadoras que se “traguen” los dos calcetines a la vez? ¿Hay agujeros negros lo suficientemente grandes como para hacer desaparecer el origen de nuestros males? ¿Tendremos algún día, la valentía de dejar a los “malos conocidos” por los “buenos por conocer”?…

¡Jo! Quién me mandará a mí pensar.

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