35.000 euros

Salía el domingo tras acabar la rueda de prensa de Vicente Mir, aún preguntándome si necesitaba pellizcarme tras escucharle decir que el Alcoyano había creado no sé cuántas ocasiones de gol y que el partido perfectamente pudo haber terminado 12 o 13 a 3, cuando no me resistí a mirar el partido de veteranos entre Alcoyano y Levante. Lo primero que me llamó la atención fue ver a Castillo con una llamativa rodillera, pero al que ni sus 55 años ni una figura en la que se le notan los kilos, han apaciguado aquel carácter fuerte, a veces hasta agrio, que causaba miedo en los rivales y respecto en su propio vestuario. Miro en el otro costado y veo a Eduardo, aquel incansable lateral que parecía un extremo por el que el Barça llegó a pagar traspaso. Sigo observando la defensa y allí está Víctor, el capitán de los años duros en los que no se cobraba y hubo que poner urnas para que los jugadores se pudieran repartir el dinero de esas aportaciones anónimas. Busco la banda y allí encuentro a Mundo, otro viejo estajonovista del Collao, de aquellas tardes de puro, menta y transistor que nos remontan a una época en la que el Alcoyano empezaba a ganar el partido en el pasillo antes de saltar al césped. Son cuatro ejemplos de un Alcoyano que ya solo es un reducto en la memoria de los viejos aficionados, de unos tiempos en los que venir al Collao era casi como ir a la guerra. Había jugadores rivales que imaginando lo que se les venía encima, eran capaces de forzar una tarjeta o de simular una lesión para evitar pasar por el trago de enfrentarse a un rival que machaconamente y de forma sistemática, tenía como único plan mirar desde el primer minuto a la portería contraria costara lo que costara. Si no bastaba con once locos dejándose la piel sobre el campo, a su alrededor había una afición capaz de encender un partido a poco que las cosas no fueran bien y de coaccionar al árbitro más valiente. Así, se forjó la leyenda del fortín del Collao, esa forma tan recurrente de referirse al templo blanquiazul, en una época donde lo normal era perder uno o a lo sumo dos partidos en toda la competición. Seguramente los ojos de Castillo, Eduardo, Víctor o Mundo o los de Rojo o Ramonet, que estaban en la grada, no darían crédito a lo que vieron durante el Alcoyano-At. Levante. Lo más probable es que jurarían en hebreo solo con pensar que el equipo dejó escapar un partido que iban ganando a los cinco minutos, que el rival estuvo una hora con diez y la última media hora con nueve. Encima se trataba de un filial. Lamentablemente el Collao hace mucho que dejó de ser un fortín y los pitos acompañan más que los aplausos al equipo en su despedida. Es lo que tienen los nuevos tiempos con contratos de 35.000 euros por cada una de las dos temporadas firmadas.

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