Empatía, humildad y amor

¿Qué es lo que realmente va mal en el mundo? ¿Por qué este mundo puede ser un lugar tan miserable? ¿Por qué hay tantos conflictos entre naciones, razas, tribus y clases? ¿Por qué las relaciones tienden a desgastarse y a fracasar?
Y la respuesta a cada pregunta es: el problema somos nosotros.
El problema es lo que sale de nuestro interior. Es el egocentrismo de la persona. Según dijo un premio nobel “la línea que separa el bien del mal no pasa por los estados, ni por las clases, ni por los partidos políticos, sino que pasa por todos los corazones, por los corazones de todos los seres humanos “. Vivimos deshumanizados, sin pensar en los demás y muchas veces pensamos en nosotros mismos y lo que es peor, a veces queremos ser aquellos que no somos.
En muchos casos y cada día más, se busca ser como los famosos y ahora con la entrada de los influensers la cosa va en aumento. El ser humano en muchos casos se siente intrascendente, así que idolatra a los famosos y quiere ser como ellos. Se identifican con las cosas importantes que han visto para escapar de sus propias vidas que consideran sin importancia. Se intenta ser como ellos y lo único que se consigue es sentirse peor al ver que no son como esas personas que admiran y siguen.
La vida, ese gran misterio en el que uno no pide nacer, vivir no sabe y morir no quiere.
Deberíamos coger las riendas de nuestra propia vida, ponerse en los zapatos del otro y seguramente entenderíamos más a la humanidad. El mundo no actuaría de la manera que lo hace. Humildad, empatía y amor, sobre todo amor, respeto por cada vida. Sólo teniendo en nuestras vidas y poniéndolas en acción, el mundo daría un vuelco importante para una mejor relación entre todas las personas sin importar su estatus social o cargo a cualquier nivel mundial. Tendríamos una mejor relación entre nosotros y entre los países. Seguro que acabarían las guerras, el hambre. Bueno sería que empezáramos individualmente a cumplir con esas tres palabras, en la familia, entre los amigos, en el trabajo, en cada momento cotidiano. Poco a poco, pero sin pausa iríamos cambiando el mundo que buena falta nos hace. San Pablo así lo expresa en su carta a los Filipenses 2: 3 – 4
“Nada hagáis por egoísmo o vanagloria, antes bien, con humidad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros “.

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