Bibliotecas públicas o depósitos de libros

La biblioteca pública es uno de los espacios donde nos socializamos más allá del clan familiar o la tribu de amigos, es donde aprendemos a saber estar en sociedad, en lugares públicos. Hay otros espacios pero cada uno es único en sus características. No es lo mismo una biblioteca; una plaza pública o un autobús municipal, aun siendo los tres espacios de socialización.

La biblioteca pública es la depositaria de la palabra, del conocimiento, lo cual ayuda a incrementar el fondo cultural de nuestra sociedad.

La biblioteca pública es parte del llamado salario social, es decir, de los servicios públicos cuyo disfrute no gravan directamente nuestros bolsillos, una reinversión de los impuestos.

La biblioteca pública, mediante las donaciones, permite incorporar al fondo común lo que antes era privado, dándole de esta forma una segunda oportunidad a libros y DVD.

La biblioteca pública es muchas cosas más, al menos para quien, como yo, solo contemplar sus estanterías repletas de libros constituye una placentera satisfacción.
Dos de las Conclusiones del VIII Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas, noviembre 2016, celebrado en Toledo, nos servirán de resumen de lo expuesto:
“La biblioteca pública es un espacio que pertenece a los ciudadanos. Ha de favorecer que el usuario haga suyo este espacio y que lo moldee en función de sus expectativas y necesidades.”

Y la segunda en relación a los documentos que alberga: “El contenido es importante pero no suficiente, hay que generar comunidad para crear inteligencia colectiva”.
Un depósito de libros no posee ninguna de estas características, ahora bien, comparado con una biblioteca, necesita menos espacio y menos personal a su servicio, algo siempre goloso para las Autoridades competentes, ajenas al libro, ávidas de subastar edificios públicos e incrementar el paro. Autoridades, ellas, que tal vez ataviadas con los colores de la COVID-19 pretendan desposeernos de nuestras bibliotecas.

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