‘Chicago 1920’, el musical que no dejó indiferente a nadie

La Asociación de Amigos de la Música apostó fuerte por traer este musical a Alcoy

el musical que no dejó indiferente
Uno de los números del musical que acogió el Teatre Calderón. QUIQUE REIG

Más de novecientos asistentes, entre ellos un buen número de visitantes de otras poblaciones, se dieron cita anteayer jueves en el Teatre Calderón para descubrir o redescubrir esa sorprendente obra musical que es “Chicago”. Realmente se trata de Teatro Musical Norteamericano de finales del siglo XX, lo que en España llamaríamos “Revista”, actualizada, eso sí, a nuestros tiempos, salvando, claro, la diferencia de calidad creativa; es decir, en los EEUU el teatro musical es un género mayor, y en España, la Revista, un género menor, pensado entonces para un público poco exigente y deseoso de distracción. “Chicago” es en sí una obra maestra del musical norteamericano que obtuvo numerosos premios académicos en 1975, al igual que la recordada adaptación cinematográfica de Rob Marshall de 2002.

La Asociación de Amigos de la Música de Alcoy apostó fuerte por traer este musical a Alcoy; y esta novedad, más bien un reto, superó con creces las expectativas, tanto artísticas como de asistencia. El público de nuestra ciudad, muy poco o nada habituado al teatro musical norteamericano, salvo los que viajan a Madrid exclusivamente para ver musicales, se mostró siempre muy predispuesto y atento.

Nadie quedó indiferente. Teatralmente “Chicago” sorprende. No es una historia de amor desgarradora; ni tampoco un drama policíaco ni nada que se le parezca. Es sencillamente una divertida comedia donde se percibe una crítica velada a la justicia penal de los EEUU de los años 20 del pasado siglo, con alegatos claramente feministas, como hilo conductor.

Musicalmente contiene números jazzísticos (dixeland, swing, jazz de Chicago…) de mucho empaque; en este sentido, la adaptación y versión de Juan Saurín (director musical) y las interpretaciones de su fantástica Swing Band, brillaron con magnificencia de principio a fin, aunque quizá con un piano de cola analógico, no digital, el resultado hubiese sido todavía mejor.

Desde el principio nos pudimos percatar, asimismo, de la calidad vocal de las dos protagonistas principales que encarnaron sobresalientemente Gema Castaño y Melisa Fernández, ambas habituales en los principales teatros de la Gran Vía de Madrid. Otro tanto Juan Carlos Barona, que recreó genialmente el personaje más divertido de la obra. Lo mismo con los bailarines, que además cantan, algo por otra parte muy difícil, los cuales asombraron con las trepidantes coreografías de Anna Alcázar, frecuente en distintos musicales madrileños y actual profesora de danza jazzística en la escuela Billy Elliot de Víctor Ullate en la capital. Solventes el resto del reparto.

Mención aparte merece el vistoso vestuario confeccionado en Alcoy por parte de Lorena Payá y Aranza Pascual, así como el admirable y lucido despliegue de material multimedia con proyecciones de diapositivas y vídeos, algo que dio brillo al singular montaje, situándonos en cada escena y en ese Chicago de gánsters, crímenes, cárceles y juicios, trabajo encomendado a Max Duato, profesional que desarrolla estas tareas en el Palau de les Arts de Valencia.

Participaron en el primer número del Acto II, los ballets alcoyanos de Gabriel Amador en la función de tarde, y el de Carmina Nadal en la función de noche, otorgando más vistosidad y volumen si cabe a las representaciones. Finalmente destacaremos el fabuloso trabajo de Narciso Tenorio como director escénico, de Marco Antonio Gómez (Coan) como regidor, y de Miguel Ferrándiz Giner como coordinador artístico de esta coproducción de la Bohemian Bocanegra Rhapsody Music (Centro integral de Artes Escénicas de Madrid) y de la Asociación de Amigos de la Música de Alcoy.

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