En recuerdo del maestro

En medio del frenesí que vivimos en este país durante los últimos años, he conseguido hacer un pequeño paréntesis para pensar en cosas más placenteras, más propias de lo que la naturaleza humana debería requerirnos más a menudo…
Superado con creces el medio siglo, uno empieza a hacer balance de sus recuerdos, de sus vivencias, y de su vida… Instalados cómodamente en la antesala de la puerta de salida (son palabras de Alberto Cortez) nos deleitamos recordando cuanto hemos vivido, los buenos y agradables recuerdos, que de los malos, ya nos encargamos nosotros mismos de olvidarlos…

En uno de esos nostálgicos trances, hice un ruego en las redes para conseguir una imagen del que fue mi primer maestro, allá por el 1958 y posteriore. Era la Academia Hispana, en la calle San Blas, allá por el final de la misma. La llamaban nuestros mayores: la de Doña María. El guante lo recogió una persona a la que hacía muchísimo tiempo que no veía, y que resultó ser el primer gran amigo que tuve.
Con alborozo recibí un par de fotografías de aquellos días, donde pude volver a reconocerme a los cinco años, y volver a revivir, con lágrimas en los ojos ¡Qué cojones, claro que sí…! ese tiempo donde solo sabíamos de nuestra ilusión de vivir, de hacernos grandes, de jugar, de divertirnos… de enseñarnos…

En las fotos, puede reconocer a algunos de mis compañeros, a los que fueron mis amigos, y a los que eran amigos de otros. ¡Qué gozada…! De muchos de ellos, lamentablemente, no logro acordarme, como tampoco ellos sabrán siquiera que existo…

Y allí, en medio de todos nosotros, el maestro, mi primer y más grande maestro.
Cotidianamente, solemos –al menos, yo lo hago– adjudicar la categoría de maestro a las personas que sabemos poseedoras de cierta relevancia por su intelecto, por su capacidad artística, por su grandeza… y así, llamamos maestro a artistas, pintores, escritores, cantantes, personas notables… Por el contrario, en la actualidad, a los que desempañan la labor de la enseñanza les denominamos: profesores, docentes, educadores… Hemos avanzado en esto del lenguaje.

Me permito no citar nombres, no por ser irrespetuoso, sino para no ser injusto al dejarme olvidados a unos cuantos.

Pero, sinceramente, el maestro ha sido un personaje especial para mí, y siempre le he tenido un profundo respeto, y he tenido muchos, afortunadamente…

En mi caso, tengo bien claro que el primero que tuve, marco parte de mi vida, inició una parte importante de lo que he intentado ser y hacer en mi vida, y si algo en ella ha ido fallando, solo a mí, y a mis limitaciones, es a quien hay que achacar el fracaso.
Narciso Julián –don Narciso– se llamaba, y era un hombre que, sin ser imponente, imponía… que sin ser poderoso, dejaba patente su disciplina… que sin ser condescendiente, nos trataba con una gran bondad.

Siempre tuvo una obsesión (entonces no nos dábamos cuenta) la de enseñarnos, y a fe que lo consiguió… Sin castigos, sin gritos, sin collejas, sin alardes. Claro que lo consiguió.

Aprendimos a escribir bien, y a la fuerza, tal era su tesón y perseverancia… del mismo modo nos hizo buenos lectores, y en poco tiempo, no había nadie que no supiera localizar un solo país en el globo terráqueo…Era agradable aprender, y seguro que él disfrutaba enseñándonos.

Era un maestro sencillo, afable, persuasivo… pero, no por ello dejaba de ser constante, persistente, contumaz con su librillo. Un maestro que consiguió que nos hiciera daño a la vista ver una palabra mal escrita, sin su acento, con las letras equivocadas. Nos enseñó las pausas correctas en una frase, nos dio una claridad especial a la hora de leer una frase, un texto, o una carta.

Con él, sumamos, restamos, e hicimos muchas cuentas… Posteriormente, y con el paso del tiempo y en otros colegios, estuvimos con las ecuaciones, logaritmos, fórmulas, y otras cositas… pero, la base, la traíamos aprendida.

Pasaron los años y cada cual continuó su vida con arreglo a las necesidades y circunstancias de sus propias familias, y todos seguimos creciendo para seguir nuestro camino, y la manera de afrontarlo… No volví a saber de él, nuestras vidas empezaban a entrar en ebullición, y con ellas, las alegrías, los pequeños triunfos, los grandes tropiezos. No nos era difícil olvidar lo que dejábamos atrás.

Como antes mencionaba, cuando llegamos a este tramo del largo trayecto, parece que te reconforta mirar hacia atrás, y te encanta recordar tu infancia, tus amigos, tus juegos, tus risas y tus esperanzas.La verdad es que nunca podré olvidar ese tiempo, con el maestro, con mis amigos, entre los que destacaban un primo mío, al que siempre he tenido en gran estima: Mario Gomar… y mi mejor amigo de tantos años, y que ahora ha permitido, con estas fotos, que pueda volver a esos años maravillosos… una persona muy conocida en Alcoi, artista de los de verdad: Manolo Antolí.

Hace pocos días nos encontramos en la calle. Habían pasado ¡¡50 años!! desde la última vez que le vi. Fue un encuentro con la infancia, con el cariño, con la amistad, con el sentimiento… Ese mismo sentimiento que mantengo desde entonces con el viejo maestro, con don Narciso… Tengo claro que el haber pasado por sus manos, me convirtió en alguien afortunado, puede que pobre, sencillo, irrelevante… pero afortunado…

Quisiera dejar estas palabras como un sencillo, pero sentido homenaje, surgido desde el afecto y el agradecimiento, para ese hombre notable, para ese maestro de verdad, para don Narciso Julián…

Gracias, maestro… sin usted, estoy seguro de que nada hubiera podido ser sido igual.

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