Ir al cine

En el pasado enero, gracias a los cinéfilos Quico Carbonell y Antonio Reig, recordaba que en el último diciembre se cumplieron 125 años de la primera proyección de cinematógrafo en Alcoy -Principal 1896-. Los Lumière habían inventado el cine un año antes. Si en esos ciento veinticinco años, más uno, la vida, la sociedad en general, la llamada cultura, es decir todo sufrió una extraordinaria mutación, el cambio, el progreso del cinematógrafo fue total, desde el cine mudo a la maravilla del color, el cinemascope, los efectos especiales y tantas extravagancias y genialidades con que lo han revestido.

La evolución ha sido tal que ha cambiado hasta la forma de ir, si, de ir al cine, y de no ir y visionarlo en casa, o en algún club. El cine es la emoción puesta en movimiento, para José Luis Garci una vida de repuesto. De los años treinta a los sesenta, o primeros noventa del pasado siglo, fue la edad de oro del cine, según Garci el cine clásico acabó con “El Padrino II”, 1972. Lo cual no quiere decir que ya no se rueda buen cine, ni mucho menos, ciertamente gustará y mucho, y lo habrá, como todo, según tiempos, modas y personas.

El cine es no sé cuantas imágenes por segundo, sin embargo, a mi entender, el cine más que imágenes es –son- miradas, pues cómodamente sentados o repantigados miramos, vemos.

Eso hacíamos, mirar ávidamente en aquellos años en el que la mayor distracción, el preferido esparcimiento, era ir a ver cine, no porque se viviera en una dictadura, era un verdadero divertimento en todo el mundo, de ahí que las salas de cine fueran un gran negocio y proliferaran por doquier. Los teatros los acondicionaron para estas proyecciones, aquí Calderón, Circo y Principal programaban películas a diario, y las funciones de teatro se reducían casi siempre a fines de semana. No tardaron en construir, en todo el mundo, unos impresionantes edificios destinados exclusivamente para la exhibición de películas de cine, auténticas catedrales del cinematógrafo. El “Avenida”, calle Santo Tomás, para mí la sala más preciosa de Alcoy, proyecto del arquitecto Joaquín Aracil Aznar, se inauguró, con “La ciudad de los muchachos”, el 18 de enero de 1945, un año antes fue cine verano. El “Goya”, esquina Rigoberto Albors-Diego F. Montañés, con “La mies es mucha”, el 10 de noviembre de 1949, proyecto de Roque Monllor Boronat. El “Capitol”, proyecto también de Joaquín Aracil, donde hoy nos recuerda el edificio que continuó ese nombre, se abrió el 20 de abril de 1950, con la sensacional película “El tercer hombre”. Años después, el 15 de diciembre de 1961 inauguración del “Colón”, la sala más grande que hemos tenido. Cuatro cines y tres teatros-cines funcionando a todo tren; el Principal y el Circo programas dobles todos los días, los otros estrenaban películas cada semana.

Las películas de aquellos años, cine clásico, siguen viéndose, una mayoría, como auténticas obras de arte, las había del oeste, románticas, melodramas y cómo no comedias; las preferidas eran las americanas (Hollywood), y más bien pronto las italianas, a las nuestras las motejaban de “españoladas”, mas me atrevo a afirmar que, con una incipiente técnica, rayaron a gran altura, las hay excelentes, con buen lugar junto a las clásicas.

Íbamos al cine todas las semanas, frecuentemente más de un día, en los bares y tertulias se comentaban las películas, casi tanto como el fútbol; a los estrenos se podía ir por tres pesetas, y con menos a las sesiones dobles. Al cine se acudía a descansar, serenar el pensamiento, a distraerse riendo o llorando, y desde luego las parejas o parejitas, novios, buenos amigos, casuales ligues o eventuales topetazos a ensayar con gran ahínco el beso, cuántos se iniciaron y adiestraron en las últimas filas del Calderón, Circo y Capitol, sin necesidad de atender a las ilustrativas lecciones de Clark Gable o Cary Grant. Una mayoría de películas acababan con un sensacional besazo de la pareja protagonista (The end), la banda musical atronando la sala, al tiempo que se iluminaba, y los desprevenidos embelesados de subido color.

Aquel cine, sí el de “Cinema Paradiso”, (¿recuerdan?), continuaremos visionándolo, emocionándonos, como naturalmente nos complaceremos con el de Spielberg, Cópola, Scorsese, Clint Eastwood, Woody Allen…, que siguen y seguirán, porque, al igual que en la literatura, en el cine está todo, aunque con menos esfuerzo, por eso la literatura es primero y principal.
¿Y los teatros? ¡Ah!

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