La nula empatía de los robots

En la actualidad estamos viviendo, en la ejecución de las tareas a realizar, una irreversible sustitución de los humanos por robots. No se trata de un fenómeno similar al maquinismo que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX. Aquella circunstancia histórica produjo cadenas de producción industrial donde las máquinas eran controladas por los humanos; pues los procesos productivos tenían muchas operaciones mecánicas repetitivas… y simplemente, los artefactos ayudaron a los humanos. Lo que está sucediendo ahora es distinto y posee matices significativos y preocupantes. Estamos ante una invasión de robots humanoides realizando tareas impropias de una máquina. Nos encontramos sólo en los comienzos, pero esto va a proseguir. Nos encaminamos hacia algunas de esas posibles actividades, que entran de lleno en el ámbito de lo absurdo: hacer compañía a los enfermos o dar conversación a personas impedidas de edad avanzada, dar consejo y ánimo a los humanos ante una situación psicológica y sentimental difícil, atender consultas médicas, hacer de camarero en un bar o restaurante, programar inspecciones técnicas de cierta complejidad… y así podríamos proseguir.

Los robots no son humanos; son, como mucho, “humanoides”. Ahora empieza a ser habitual que, al llamar para hacer una consulta o solicitar una gestión, inmediatamente te interrogue un “robot”. Su conversación es rígida, encasillada; teniendo que ir a parar necesariamente a lo que él te dice; con un autoritarismo verbal insoportable. Ante el fallecimiento de un ser querido existe un riesgo real de acabar siendo consolados por un “robot”. Ese es el peligro de esta sociedad moderna hipercomunicada, pero, al mismo tiempo, con graves problemas de aislamiento y soledad.
Si en un restaurante nos atiende un robot y le realizamos una breve consulta previa sobre el sabor de un determinado plato de la carta, para pedirlo o no; ¿nos contestará atinadamente, basándose en su propio gusto y experiencia culinaria?, ¿su consejo será equilibrado y certero?, o simplemente es absurdo y descabellado realizarle esa consulta al camarero-robot.

Recientemente he tenido una experiencia nefasta con robots. Tuve que realizar una determinada inspección técnica y la empresa encargada de la inspección tenía asignada la programación de las citas a un robot. Quedé citado electrónicamente, para realizarla, a través de ese artefacto humanoide. El día y el período horario que me indicó el robot vino confirmado después a través de un mensaje que me envió a mi teléfono móvil. El día asignado y durante el período de la inspección no se personó nadie en mi domicilio para hacerla, es decir, me dieron “plantón”. El robot no me avisó de la anulación de la comparecencia o de un posible retraso, ni tampoco posteriormente se disculpó de la ausencia del inspector. Volví a solicitar una segunda cita para la inspección y tampoco tuve ninguna personación para la inspección, ni disculpa alguna. Volví a solicitar al robot un tercer intento de inspección y me volvió a suceder lo mismo. Después de los reiterados plantones el robot me mandaba un mensaje al móvil, reprogramándome la cita para una fecha posterior y afirmando que habían venido a hacer la inspección, pero que yo no estaba en mi domicilio; circunstancia esta que no es cierta y que no se corresponde con la realidad. Después de tres intentos fallidos, con las sucesivas pérdidas de tiempo por mi parte. Solicité un cuarto intento de inspección, pero en esta ocasión logré hacerlo a través de un interlocutor humano (¡tarea muy ardua, la de contactar con un interlocutor humano!), de la misma compañía que el robot.

Además de ello, redacte un escrito de queja ante la Oficina Municipal de Información al Consumidor (OMIC) de Alcoy. Allí me atendieron muy amablemente dos funcionarios “humanos”, que comprendieron mi situación de incomunicación, abandono, bloqueo e indefensión y dieron curso a mi escrito; desde aquí les vuelvo a dar las gracias por su empatía. Después de dar registro de entrada a mi escrito, en esta cuarta ocasión sí vino el inspector presencialmente y pude realizar satisfactoriamente la inspección, liberándome del pasotismo y la tiranía robótica.

Esa experiencia desagradable, me ha hecho reflexionar sobre la Inteligencia Artificial y sus límites, sobre la incorporación de robots humanoides a tareas de gestión ciudadana, sobre aquellos ámbitos en los que se puede utilizar, o no, a los robots desde un punto de vista ético etc…y es que empatizar y ponerse en el lugar del otro, aconsejar a cualquier ser humano ante una situación crítica, animar en una situación de dificultad, manifestar solidaridad y ayuda, así como otros múltiples asuntos, no son cuestiones, ni tareas que puedan realizar máquinas humanoides, sino seres humanos reales. En la sociedad actual es muy necesario y urgente conseguir un amplio consenso entre filósofos, juristas, científicos y políticos que garantice que la actividad de los robots humanoides esté limitada, que sea una actividad que beneficie realmente al ser humano sin dañar sus derechos, que estén bien acotados legalmente con absoluta claridad los límites éticos de esa actividad robótica. El endiosamiento ilimitado y descontrolado de la Inteligencia Artificial es un despropósito y entra de lleno en el campo de la estupidez humana natural.

JORGE DOMÉNECH ROMÁ. Exprofesor de la Universidad de Alicante y escritor

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