Las cloacas a flote

Quizás el ciudadano lleve toda la razón cuando, para sus cabales, asegura o intuye que eso de las cloacas del estado ha existido siempre. Lo asevera a raíz de los acontecimientos hostiles y repugnantes que marcan la actualidad de estos últimos días. La prueba está en que un ex comisario de policía, ahora en la trena, el señor Villarejo, va marcando los tiempos aberrantes del país, con sus chantajes, conspiraciones, investigaciones, para sacar el jugo de la debilidad, en toda esa infinidad de grabaciones guardadas a tiempo imprevisible, con el fin de poner en pie firme el negocio explotado del miedo con sus silencios de lujo como abrigo y frontera que luego se van aireando en todos los telediarios, porque alguien se encarga de desmitificar al personaje en cuestión, exhibiendo su fechoría, la clandestinidad de la visita y el verbo aterrador de su demanda y pronunciamiento.

Ahora, en estos tiempos, con las redes sociales exhibiendo en las pantallas de los móviles y ordenadores las bajezas y pecados de los políticos y de toda esa amplia clase de postín social, por culpa de esa llegada entre delirante y funesta del internet, el llamado secreto pierde todo su valor estratégico. Es decir, esa disposición del silencio sagrado de antes queda relegado a la explosión de la noticia, ampliando todo ese ímpetu que determina la morbosidad acuciante del momento, pues va excitándose en gestos de un asombro a medida que se extiende la información como un desorbitado torrente.

Son las cloacas que salen a flote. Han acontecido un sinfín de trapicheos y desmanes urdidos en los despachos para espiar al que molesta, también para redondear los negocios fabulosos, buscando confundir al personal con dossiers falsos, falsificando firmas y expedientes, sembrando todo un clima de perversión y quebrantos como en los tiempos funestos del hampa. Si, ya se sabe que el color del dinero atropella los buenos sentimientos transformándolos en perniciosa codicia y su trato llega hasta al borde de la histeria. Pero el ciudadano siempre ha confiado en los buenos gestores y con estas realidades se está desinflando la devoción por la confianza. Pero maticemos: también habrá políticos y señores de postín social que lleven la honradez, su solvencia y valía como norma y honor de sus desvelos. Pues que ocupen los gobiernos y las instituciones, porque esta situación del país atormentado por el oscurantismo de las vilezas y el sigilo de las clandestinidades no puede tolerarse.

Muy pronto vendrá el ambiente planificado y vigilante de las elecciones. Discursos y proyectos, esa verborrea entrelazada de siempre con las promesas que quieren matizar lo abstracto de las palabras de los políticos. Todo un loor de pronunciamientos sembrará la vieja costumbre de la fiesta para recoger el caudal de los votos. También en lo íntimo de las conciencias se notará la espina de la desilusión que fluye en el ánimo del electorado, hasta que se disipe el hedor nauseabundo de las cloacas, de estos políticos y gestores que solo escogen el espacio de su poder para aprovecharse y propagar el olor de sus miserias.

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