Lo realmente importante
Final de año. Cada final de año suele ser sinónimo de hacer balance. Supongo que eso depende un poco de cada persona y de las vivencias que esta haya tenido durante esos 12 meses, pero suele ser una tónica bastante habitual cuando se acercan los últimos días de diciembre.
También se supone que la Navidad es una época de buenos augurios, de buena sintonía, de sentimientos, de emociones positivas, de solidaridad, de creer en las buenas acciones…
Y digo se supone porque creo que el gran porcentaje de esos balances y de las buenas palabras navideñas se quedan en eso, en balances y palabras, no en hechos, no en aprendizajes, porque de ser así, todo esto no se ceñiría únicamente a cuando el árbol y las luces decoran nuestros salones y balcones –que por cierto, cada vez parece que ocurre antes, en un tiempo no muy lejano creo que las luces colgarán de los balcones a la par que los bañadores del tendedero–.
La sociedad actual me hace pensar eso. Hablo de la sociedad en su más amplio sentido y desde distintas perspectivas.
Las cosas banales que cobran una importancia irreal es preocupante.
Y considero que no está mal que esos temas tengan un espacio –por eso de la desconexión de los problemas diarios, del estrés y otras tantas cosas del día a día, de las obligaciones y de la rutina– y ocupen parte de nuestro tiempo, pero en nuestro interior deberíamos de saber qué es lo realmente importante y cuáles son los asuntos a los que les deberíamos destinar tiempo y dedicación.
Sin embargo, hablo de un tiempo que parece que cada vez corre más, que pasa más deprisa y lo peor de todo, no nos damos cuenta de que eso ocurre, y es precisamente en diciembre cuando pronosticamos que eso no nos pasará cuando el calendario marque 1 de enero.
La viralidad, el ‘clickbait’, y esos términos tan actuales están llegando demasiado lejos, y también sus repercusiones, todo ello, en medio de una vorágine de noticias que no dan tiempo a conocer bien, en las que nos quedamos con lo más superficial y en las que es muy difícil de reparar el daño.
No todo vale, para nadie, o al menos no debería de valer y tampoco lo deberíamos de validar sumándonos a corrientes que nos arrastran, y lo peor de todo, nos arrastran por los caminos que otros quieren.
Las cosas cambian y todos nos debemos adaptar, incluyendo nuevas formas de hacer política, por ejemplo, empleando las redes sociales para ganar adeptos y que otros sumen detractores en un momento en el que da la sensación de que se va buscando la polaridad extrema utilizando como baza –en ciertas ocasiones–, precisamente, temas banales que tienen un trasfondo del que parece que no nos preocupamos en conocer, demostrando que cada vez estamos más ‘vacíos’.
Y dentro de todo esto, y del pesimismo que acompaña a este artículo, sigo queriendo pensar en que sigue habiendo esperanza en el interior de cada uno. Que los pequeños hechos y gestos sí que son importantes, tanto para uno mismo, como para dar ejemplo, aunque este no sea el objetivo.
El villancico de ‘Noche de paz’ debería pasar a llamarse ‘Día de paz mental’, porque a mí, este 2025, –hablando de balances y conclusiones– me ha enseñado con creces que no hay nada más importante que la paz mental, y que el camino para llegar a ella, muchas veces, no es nada fácil, pero que la meta, sí que te hace más fácil la vida.
SHEILA GARCÍA. Periodista