¿Por qué cuesta ser feminista?

Estamos en 2023, cerca de una de las fechas del año que remarcan la importancia de la lucha contra las desigualdades entre hombres y mujeres y, a pesar de que cabría esperar avances significativos en materia de igualdad en nuestra sociedad, no puedo dejar de ver todas las piedras que todavía se encuentran en el camino entorpeciendo el éxito de la igualdad y, preguntarme por qué ocurre esto, qué nos impide alcanzar la verdadera paridad, por qué perpetuamos un sistema que nos oprime, por qué no acabamos ya con la lacra del machismo. Estas cuestiones no hacen más que recordarme que luchar en contra de todas las divergencias que existen entre hombres y mujeres puede ser algo complejo, y cabría hacerse una pregunta más, ¿por qué cuesta ser feminista?

Podría escribir sobre la brecha digital de género, que es el tema que ONU Mujeres ha elegido para el 8 de marzo de este año y pone en relieve el obstáculo que tienen las mujeres a la hora de acceder a las nuevas tecnologías de la información y comunicación; y cómo esto repercute en su camino hacia el éxito laboral. También podría escribir sobre cómo a pesar de toda la formación e información que existe ya sobre igualdad de género, patrones patriarcales, estereotipos y roles de género, los asesinatos a mujeres siguen ocupando portadas de informativos. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en que ser feminista cuesta mucho.

Y no solo porque suponga un coste emocional el estar replanteándote las cosas continuamente, también puede costarte perder alguna amistad por darte cuenta de la incompatibilidad que tenéis sobre la forma de entender la vida después de ver las desigualdades que existen, o bajar del pedestal a figuras que has tenido como referencia durante mucho tiempo (familiares, artistas, amigos, profesores, etc.) porque se niegan a intentar entender en qué consiste ser feminista.

En la universidad tuve un profesor que decía que cada vez la gente piensa menos, porque pensar (pero pensar de verdad), cuesta. Buscar un sentido, una solución a un verdadero problema, a una situación que en principio no tiene un resultado sencillo, hace que nos duela la cabeza y por eso preferimos dejarlo como está y no pensar. Pues con el feminismo pasa algo parecido.

Es un hecho que las personas que formamos parte de esta sociedad hemos sido criadas en base a unas estructuras que estaban marcadas por patrones machistas, o patriarcales si este término ofende menos; entonces llegó el feminismo y nos puso patas arriba todo lo que creíamos que estaba bien, o que tenía que estar bien porque siempre se había hecho así. Y surgieron debates que aún persisten sobre si está bien ser feminista, cuáles son las verdaderas intenciones de este movimiento, si se trata solo de una moda más que con el tiempo pasará, etc.

Las personas que decidimos que ser feminista estaba bien hemos tenido que pasar por una serie de etapas; al principio serlo era lo correcto porque, siguiendo con la definición del término, buscábamos la igualdad real entre hombres y mujeres. Sin embargo, la cosa se fue complicando; las y los feministas teníamos que deconstruirnos, echar por tierra todo lo que habíamos aprendido en una sociedad que estaba lejos de buscar la paridad y empezar a cuestionarlo absolutamente todo. ¿Está bien escuchar música que es ofensiva para las mujeres?, ¿soy menos feminista si me parece mal lo que ha hecho esa mujer?, ¿estoy defraudando a mis compañeras y compañeros de movimiento si no estoy de acuerdo con todo lo que se dice?, ¿lo que hago o lo que quiero está en la misma línea que defiende este movimiento? Éstas sólo son algunas cuestiones, pero ser feminista supone enfrentarse a muchas más; y no solo a estas preguntas, sino a gente que obstinadamente se empeña en hacernos sentir que serlo no vale la pena.

Y para ser sincera, entiendo que haya hombres que estén en contra del feminismo; al fin y al cabo, supone “quitarles” esos privilegios que tenían por el simple hecho de ser hombres y hacer un reparto justo de todo, tanto de las obligaciones y privilegios, como de espacios que ocupan en la sociedad. Pero lo que cuesta más entender y sobre todo defender, es que haya mujeres que estén en contra del feminismo. Frases como “ni machismo ni feminismo” o “siempre se ha hecho así”, me afectan. Y me afectan porque supone que hay una brecha, un espacio entre esas mujeres y el feminismo que no se ha logrado salvar. Puede que simplemente les sea más fácil vivir dentro de esa burbuja, seguir alienada (en el sentido más sociológico de la palabra, donde la persona pierde su autonomía y se deja influenciar por fuerzas ajenas como la sociedad, la familia, el entorno…).

Por eso, ser feminista no es sencillo; porque supone que te cuestionen (y te cuestiones) continuamente. Porque va más allá de buscar la equidad entre hombres y mujeres, es buscar las razones, las causas que hacen que la mujer esté en desventaja en todos los aspectos y buscar estrategias de intervención para solucionarlo.

Y cuanto más investigas, más estudias y más aprendes sobre esto, más complicado es serlo porque las mujeres se han dado cuenta del gran número de cosas por las que hay que luchar.

Sin embargo, y para finalizar, cabe destacar que, aunque a veces resulte complicado, ser feminista es lo correcto. No me imagino no siéndolo. Creo que es nuestra obligación intentar que esta sociedad sea un lugar más justo, en el que tanto hombres como mujeres puedan disfrutar de los mismos privilegios y compartir obligaciones, donde el valor de una persona como profesional no venga determinado por su sexo, en el que una parte de la sociedad tenga que temerle a la otra o mantener a las dos partes siempre enfrentadas.

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