Reconstrucción y BICs

Hace ya algunos años mantuve una conversación con un urbanista indígena, con ‘mando en plaza’ y apellido de alcoyano insigne, que –como yo- había tenido que salir de la ciudad que le vio nacer por motivos laborales. Comentábamos que pese a que ambos trabajábamos en el desierto, ese que comienza al cruzar el Maigmó, siempre tratábamos de pasar tiempo en nuestra ciudad natal. Él me argumentaba que no podía ambicionar nada más porque Alcoy era una ciudad dimensionada a escala ideal: de tamaño medio, con servicios hasta cierto punto equivalentes a los de una gran población y sin las incomodidades que son habituales a todas las grandes urbes. Yo asentía (aunque quizá ya entonces dudase sobre si compartía su análisis de manera completa), para no entrar en distracciones porque quería llevar la conversación a mi terreno. En aquella época coincidimos bastante por confluencia de ocupaciones. Ahora no. Y no he sabido nada de él al menos en los últimos diez años. Pero desde entonces he tenido muy presentes sus palabras y he pensado mucho en si su reflexión era o no la correcta. ¿Alcoy, ciudad envidiable a la medida del hombre? Aún a riesgo de cometer sacrilegio, admito que todavía no tengo una respuesta clara. Supongo que todo es mejorable.

La cuestión es que el recuerdo de aquella conversación regresa a mi pensamiento cada vez que atravieso los túneles de la Font Roja y veo, una tras otra, obras públicas en marcha. Últimamente se han acumulado y sucedido unas cuantas: el Pont de Sant Jordi (que tantos memes nos ha regalado), el de Fernando Reig, la ladera de la Beniata, la reurbanización de Entenza, la recuperación de la manzana de Rodes, la última puesta a punto del Monte de Piedad para la reapertura del CADA o incluso el reflote de la Placeta de les Xiques con el acondicionamiento de la nueva comisaría. A lo que voy es que no sé si Alcoy es o no una ciudad completa, pero lo que sí tengo claro es que está en permanente reconstrucción. La tarea no acaba nunca. Y me temo que eso consume tanto esfuerzo que a menudo impide avanzar.

Luego pienso en que es parte de la penitencia de la Historia, la condena de tener un pasado que mantener. Y me consuela. Incluso podría decirse que me enorgullece. Me pasa también cuando veo que se reconoce la singularidad y el buen hacer de las tradiciones del terruño, léase Fiestas de Moros y Cristianos o Fira de Tots Sants, por citar un reciente Bien de Interés Cultural (BIC) y otro que parece encaminado a serlo. Pero (qué le voy a hacer, soy así) me asusta escuchar lo positivo que puede ser para ampliar el atractivo turístico de la zona y potenciar ese sector económico. Todo está bien en su justa medida, pero, ojo, que la diversificación no acabe siendo la excusa para aparcar o olvidar el negocio del que se ha vivido hasta ahora. No veo a Benidorm construyendo fábricas, aunque las tiene; ni a Elche promocionando la playa de Los Arenales como si no hubiera un mañana. España ya es el parque de ocio de Europa,
no hace falta que Alcoy añada su propio grano de arena en ello. Creo.

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