Recorridos silenciosos

Hay momentos que los amigos vienen a visitarte, algún familiar o incluso la vecina que al tender la ropa se le ha caído una pieza, en otros momentos, te quedas en silencio pensando en lo que has hecho en todo el día o lo que te hubiera gustado hacer. Y como una sonámbula me paseo por la casa, observo por la ventana y desisto de salir a pasear porque empiezan a caer unas gotas de agua y que pronto serán un torrencial, por lo menos es lo que ha anunciado la tele con las noticias meteorológicas.

Los acontecimientos tanto políticos como económicos o bélicos vuelven a inquietarnos, seguimos en plena pandemia de un coronavirus que no nos abandona, a tal motivo que esta situación ha marcado profundamente las relaciones humanas, vemos lo que pasa pero no sabemos el porqué se ha producido. ¿Un escape o negligencia en uno de los mucho laboratorios donde se investiga y se analizan tantas situaciones? Quién sabe. Las deducciones tanto de los “negacionistas” como de tantos otros no hacen más que hundirte, más si cabe, en la confusión.

Los libros silenciosos siguen ahí, los cuadros, de París, del Mont Saint- Michel con su bajamar y sube-mar, los de la bella Argentina. L`Abside de Notre-Dame, me acompañan en mi silencio.
Los libros siempre están ahí, los cuadros que te miran, la brisa en la ventana, el pequeño rayo de sol que te visita y otras muchas cosas más.

Mi amiga Elisa no ha bien dormido, su marido llegó anoche muy tarde y como siempre borracho. Ayer perdió en el Bingo, pero en la nevera todavía queda comida y como dentro de unos días recibirá su paga de jubilada, pues se consuela, como siempre hace, dejando pasar el tiempo y abrigándose en el desconsuelo.

Es posible que en la medida que sumamos años perdemos proyectos, porque ya nada nos entusiasma, todo nos parece finiquitado. Y no es así, la ilusión por algo, por muy insignificante que sea nos ayuda a vivir.

Visitaba a mi madre ingresada en una casa de reposo, dábamos un paseo por el parque, ella con el “taca-taca” y yo atenta a que no tropezara con nada, luego nos sentábamos en el banco, ella continuaba recitando aquellos poemas de cuando era joven y bella. En noviembre cumplió los cien y un poco antes se fue, se fue a ese infinito lugar que todos dicen saber pero que nadie, en realidad sabe, ya que los que se fueron ya no volvieron y está claro, como decía mi abuelo: “en cien años todos calvos”.

Me voy a ver esos libros que me esperan fielmente en la estantería que creo que me quieren, porque a veces me guiñen un ojo.

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