¿Tenía razón el barón Haussmann (1809-1891)?

Napoleón III encargó al barón Haussmann la reforma de París el 22 de junio de 1852. Muchos barrios medievales parisinos de estrechas calles, fueron transformados en espacios urbanos de amplísimas avenidas. Se buscaba un mayor soleamiento y aireación en los núcleos urbanos, como factores clave de un urbanismo higienista. Ese mismo criterio utilizó Ildefonso Cerdá (1815-1876) en el Plan de reforma y ensanche de Barcelona del año 1859. Lo mismo podemos decir del Proyecto de ensanche y rectificación de la ciudad de Alcoy de 1875 redactado por el ingeniero Enrique Vilaplana y el profesor Teodoro Balaciart, cuyo 150 aniversario celebramos este año.

Recuerdo en mi época de estudiante en Sevilla, hace de esto más de cinco décadas, transitar a diario por la estrecha calle Sierpes de la capital hispalense, en verano. Entonces esa calle estaba ya protegida con toldos y lonas, que provocaban una deseada sombra sobre el acalorado transeúnte urbano. Está claro que el sol es necesario para nuestra salud y para un urbanismo higienista. No obstante, un exceso de sol y de calor como el que hemos padecido este verano nos lleva a situaciones dañinas, por excesivamente soleadas y calurosas. Se hace necesario en el diseño urbano disponer, de alguna manera, de una protección frente al sol; mediante árboles, toldos y parasoles, para las épocas calurosas. Es cierto que en el pasado ya habíamos vivido algunos días de fuerte calor, aunque no fueron períodos tan prolongados y con temperaturas tan extremas como las que recientemente hemos tenido.

El fenómeno del cambio climático, advertido múltiples veces por prestigiosos científicos, ofrece ya pocas dudas sobre su existencia. Se hace necesaria una toma de conciencia colectiva que provoque una paralización e incluso reversión en el itinerario y evolución del clima hacia un calentamiento extremo y global. En caso contrario, si seguimos indiferentes, deberíamos de ir pensando en cambiar incluso los criterios urbanísticos del crecimiento de las ciudades, adoptados por los técnicos y urbanistas durante los últimos ciento setenta años. Obviamente las calles estrechas protegen más al ciudadano del calor extremo que las anchas.

Este verano será recordado, además de por los virulentos incendios, por habernos visto obligados a resguardarnos en el interior de los edificios por el mal tiempo. Pero en esta ocasión el concepto de “mal tiempo” no es sinónimo de un tiempo frío, nublado y lluvioso, sino de un calor agobiante y prolongado del que hay que protegerse en el interior de los inmuebles, huyendo de las zonas exteriores.

¿Volveremos a un urbanismo de calles estrechas, con lonas parasoles sujetas desde los aleros de fachadas contrapuestas, forzados por una climatología extremadamente calurosa hacia finales del siglo XXI?

Esperemos que no.

Advertisements