Hola, holita, vecinito

Sí, sí, así es como habla Ned Flanders, el vecino de Los Simpson y precisamente esa forma de hablar, es una de las cosas que peor lleva Homer.

No me extraña, el abuso de diminutivos es cargante a más no poder.
No tengo muy claro el porqué los utilizamos, posiblemente no se deba a un objetivo concreto, sino más bien a varios, según el momento. Por poner ejemplos diría que es una forma muy común de hablarles a los niños, como si fueran bobos. Claro que conozco a padres y abuelos que incluso les hablan a gritos, como si los niños tuvieran un problema auditivo. Si son niños realmente pequeños, he observado que incluso rompen a llorar. Solamente hay que imaginarse a uno mismo, con una cara enfrente que sonríe mucho más de lo normal y que dice a voz en grito,

– ¿Quién se va a tomar la lechitaaaaaa?

Si encima, la yaya se ha pintado los labios de rojo pasión, el bebé coge un berrinche de los de no te menees.

Sin embargo, sí hay ocasiones en los que hablar “en pequeñito” puede ser conveniente e incluso, necesario. Son esos momentos en los que uno o una se “ponen cariñosos”. En esas ocasiones, reducir de tamaño las palabras y el tono de voz, suele dar unos resultados espectaculares. Cuando una pareja está enamorada, esa forma de hablar, un tanto ñoña, sale sin pensar. El grupo Mecano lo retrató estupendamente en su canción “Quédate en Madrid”, cuando decía…
Siempre los cariñitos

me han parecido una mariconez

y ahora hablo contigo en diminutivo

con nombres de pastel.

Pero ¡cuidado!, que lo poco gusta y lo mucho es cansino. Además los apelativos cariñosos pierden su efecto cuando se repiten sin ton ni son. Si tienes la costumbre de decirle chata a todo el mundo, no pretendas que tu novia considere la palabra como algo especial. ¿Llamas chata a la panadera?, busca otra palabra para tu mujer. ¿Le dices bonico al repartidor de pizzas?, dile otra cosa a tu amigo cuando te llame por teléfono.

Porque, como casi todo, los extremos son malos y las palabras suaves se vuelven chirriantes si coinciden más de tres en la misma frase.
Escuchar,

– ¿Tienes moquitos cariñito? ¿Te da un pañuelito la mami?…

personalmente me irrita, porque nunca me gustó esa costumbre de la gente mayor de utilizar diminutivos para hablar con un niño pequeño y como todo es susceptible de ser empeorable, hay quienes se comunican con ellos mediante onomatopeyas,

– ¿Has visto qué guau-guau más grande?

– ¿Te vienes en el brummm-brummm del abuelo?

O lo que es peor, (ya había avisado de que todo puede empeorar) los hay quienes utilizan la lengua de trapo de los niños,
– ¿Están buenas las “yillas”?, en lugar de “natillas”. ¡Qué rabiaaaa!
Otro motivo para utilizar diminutivos es cuando queremos decir algo poco grato. Sería como emular a Mary Poppins en aquello de…Con un poco de azúcar esas píldoras que os dan… y que así el mal trago pase mejor. Sucede bastante en el ámbito laboral. Es muy común aquello de,

– Aquí le traigo una facturita.

O eso otro de,

– Le atiendo en un momentito.

A veces hay que “reducir” las palabras para que sean más delicadas, como cuando tu marido te dice que se ha hecho una manchita en el jersey y tienes que salir pitando a ver qué te dan en la droguería de Entenza, porque el manchurrón es de aúpa. O cuando tus hijos llegaron tempranito de tomarse una copita. Es cierto que los diminutivos tienen efecto acariciador y que su uso puede ser una vía de acercamiento cariñoso. No lo dudo, es más los utilizo, pero yo de lo que me quejo es del abuso y también de que “se pegan”. Si las personas de tu entorno lo utilizan mucho, llegas a adoptar esa manía como propia y acabas hablando igual. Al rato de escucharlos, ya somos todos Flanders.

Y te vas a comprar una plantita, porque se ha secado la del rinconcito. Quedas a tomar un cafetito o cafelito porque tienes un ratito libre, pero que esté bien calentito, que hace fresquito. El bebé de tus vecinos es una gordita, rubita monísima, le has comprado una cadenita como detallito. En verano, lo que más te apetece es una cervecita bien fresquita. Donde mejor se está es en casita y para desayunar quieres una tortillita francesa. Y después de una comida pesada viene de cine un chupito. Por cierto… ¿Chupito es un diminutivo? Está claro que no y chiringuito tampoco, pero ir a tomar un chupito al chiringuito no mola. Tanto “ito” me hace pensar en un licor de esos de piruleta que saben a Bisolvon antitusivo.
No se me olvida que por aquí tenemos un lenguaje propio, tan hecho de diminutivos, que de otra manera nos parecería raro. Es el caso de palabras como: fregidet, chicotet, colpet…

Y por último, los diminutivos permiten que una señora no pierda las formas a la hora de catalogar ciertos actos. Como cuando nos siguen “ayudando” con la subida de cuota de autónomos. Cuando Bruselas nos pone la cara roja por culpa de la UGT y la utilización “poco clara” de sus fondos. Cuando vemos que se trata con “tibieza” el show que ha puesto en marcha Artur Mas. Cuando un juez permite que ETA se manifieste…

En esos momentos, solo queda imitar a Ned Flanders y decir… ¡Hijos de perrilla!

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