La veneración del ombligo

Para la doctrina nacionalista el centro del mundo es el propio ombligo al que se venera como a un tótem. En casos extremos esa veneración se lleva a cabo en tal estado de éxtasis que anula por completo cualquier otro sentimiento e ignora incluso el mundo que le rodea. Si el éxtasis es colectivo produce una cortina de humo que hace invisible cualquier atisbo de racionalidad, lógica y sentido común.

En la grave situación política nacional actual asistimos a una puesta en escena de las pasiones emocionales colectivas en la que cada una de las partes procura representar fielmente su papel sin apearse un ápice de sus convicciones y creencias que, además de ser indiscutibles, son, por supuesto, superiores a los de la parte contraria.

En esta coyuntura, la firme creencia de pertenencia a una misma tribu es fundamental para reforzar los sentimientos de los sujetos al tiempo que los hace invulnerables ante las adversidades. Ya se sabe, cuando la hoguera de una tribu se alimenta de lengua, folclore y otras manifestaciones culturales, partido, etnia, religión, identidad, derechos, himnos, cánticos, pueblo, territorio, etc., produce tal humareda de confusión y alarma en la tribu vecina que, por puro instinto de supervivencia, esta se pone en pie de guerra y alimenta su propia hoguera con material combustible parecido.

Si una tribu no asimila o no transige con las señas de identidad de la otra, la convivencia se torna difícil. Lo ideal es que ambas partes pacten unas reglas de juego comunes, ya que así las dos salen beneficiadas al enriquecerse pluralmente. La tolerancia supone un respeto a la diferencia, el marco en el que sustentan las sociedades que viven en paz: ese es el mundo ideal y racional al que se debe aspirar. Si no hay acuerdo, entonces puede que una parte se imponga sobre la otra, seguramente con la fuerza y la represión, lo que en última instancia solo sirve para alimentar y fortalecer el (re)sentimiento que aún pervive en las cenizas del derrotado.

Resumiendo, el día en que la creencia en el cielo y el infierno comenzó a perder adeptos con la llegada de la modernidad, el sentimiento de pertenencia a una nación ocupó ese espacio dotándose de símbolos, ritos y ceremonias en el que el santo y seña era “el nosotros frente a ellos”, una situación que en estos momentos pone seriamente en peligro lo que tanto esfuerzo ha costado. Y visto lo visto hasta el día de hoy, lo peor está por llegar.

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