Actitudes que se repiten

Aurora seguía regando las macetas de la pequeña terraza donde pasaba largos ratos tomando el sol o con lecturas interminables Su nieta, a través del cristal de la ventana seguía impertérrita la elaboración de un hermoso dibujo. Se acerco a la ventana, corrió el cristal y le dijo:

– ¿Qué haces? ¿pintas nubes? Son preciosas.

– Si abuela y ahora voy a pintar un caballo con alas que se va a ir por entre las nubes para llegar junto al mar.

Aurora no acaba de entender a su nieta, una niña de tan sólo ocho años y que quería pintar de todo. A su gran sorpresa la niña dibujó un caballo con alas que remontaba un monte y se alejaba por entre las nubes. ¡Como es posible que esta pequeñaja pueda pintar todo esto, tan bonito, tan bien hecho!

Sus meditaciones le hacían recordar tiempos ya lejanos cuando su marido y ella misma se empeñaron en que su única hija estudiara piano, lo lograron, pero Adela, nunca fue un buen músico, no, sencillamente “se defendía”.

Quizás obligaron a la niña a hacer algo que no le gustaba necesariamente ¿y si se hubieran preocupado de preguntarle sobre lo que le hubiera gustado hacer?

Su preocupación iba en aumento, su hija Adela era una buena maestra, en música, lo que sus padres habían querido que fuese, pero ¿era tan buena como sus padres creían? Se acordaba ahora y valoraba la situación que la niña “no estaba mucho por la labor” fue más bien una imposición.

Esta niña pinta de maravilla, yo creo que podría ir a un profesor y quien sabe si tenemos un Miguel Angel femenino en la familia. Su mente se hundió en un mundo de fantasías, quien sabe, quien sabe, son cosas que nunca se saben pero hay que poner “la primera piedra”.

Al momento entró su hija Adela

– Vamos cariño hay que volver a casa. Madre mañana no es neceser que vayas a buscar a la niña al colegio, no trabajo por la tarde, yo la recogeré.

– Había pensado que.. ¿Te has dado cuenta lo bien que dibuja y lo bien… Bueno un buen profesor que…

– Madre, mi hija tiene que ir a gimnasia y luego a ballet, es lo que hemos decidido mi marido y yo, déjese de fantasías. Hasta el sábado.

Se dio cuenta con horror que las cosas se repetían, no se tenía en absoluto en cuenta las inclinaciones y los gustos de la niña y pensar que con un: “Y tú ¿que quieres hacer, qué es lo que te gustaría estudiar, en qué te apetecería participar? La situación hubiera sido distinta, hubiera habido, quizás, más felicidad para todos.

Siguió regando las plantas pero, sintiendo una opresión en el pecho por ver cómo los errores se pueden ir repitiendo generación tras generación, así, sin más.

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