¿Alcoi-Xàtiva o La Habana-Güines?

No pudo ser. La selección española de baloncesto no ha podido revalidar el título de campeona del mundo que se ganó a pulso en 2019. Frustrante último cuarto el que disputaron los de Scariolo ante Canadá cuando se jugaban su supervivencia a todo o nada y terminaron fallando en jugadas clave a pesar de mantener el suspense hasta el final. Sin embargo, una decepción deportiva que no cabe más remedio que asumir resulta incluso deleitosa si la comparamos con la irascibilidad que despertó dentro de mí la inserción en las pausas del encuentro de un espacio publicitario del Grupo Renfe en el que se ponía de manifiesto el compromiso de la compañía con la puntualidad. Desde luego, los responsables de marketing y publicidad de Renfe necesitarían un curso intensivo de propaganda y discurso persuasivo al puro estilo Bernays para que ese mensaje tuviera opciones de calar entre los usuarios de la línea Alcoi-Xàtiva. Las deficiencias que arrastra este servicio desde hace décadas son de sobra conocidas por la población, así como la incapacidad de los responsables públicos a la hora de poner coto a una situación que choca de bruces con las directrices europeas referentes a la movilidad sostenible, el principio que ha regido la construcción de un polémico carril bici marcado por la falta de previsión en su paso por los puentes y que poco dignifica el servicio de transporte urbano al privarle de un carril propio en la arteria principal de la ciudad. Pero el caso es que resulta contradictorio ponerse exquisitos con la necesidad de un carril bici por la Alameda y Juan Gil Albert si después nos vemos obligados a hacer uso de nuestro coche particular para viajar a Valencia por simple aprecio a nuestro tiempo y, en ocasiones extremas, a nuestra salud. Esto último no es una cuestión baladí. En mi casa no hemos pasado un verano demasiado apacible y mi padre ha tenido que ser intervenido de la vista hasta en tres ocasiones en un centro oftalmológico de la capital del Turia. Una de sus últimas revisiones se convirtió en una odisea ferroviaria con tintes decimonónicos de estos que hacen ponerte en la piel de un criollo cubano inaugurando en 1837 la primera línea de ferrocarril de la historia de España en el tramo entre La Habana y Güines. Para la ocasión, mi padre fue acompañado de una familiar de 80 años que tampoco cabía en su asombro al comprobar lo defectuoso del servicio y el desamparo al que pueden verse sometidas personas con alguna invalidez temporal o permanente o personas con una edad avanzada que, obviamente, no cogen un tren a Valencia para pasear e ir de compras por la calle Colón, sino que simplemente están cubriendo una necesidad sanitaria que exige un desplazamiento y esperan de este que sea lo más cómodo posible. En concreto, la hora de llegada de aquel viaje (uno de los pocos que hay al día) estaba programada sobre las 14:30h, pero la cosa se retrasó un pelín según testimonios. Y lo cierto es que el tren funcionó a la perfección hasta recalar en la estación de Xàtiva, ese cálido punto de fricción de contrastes incomprensibles. Tras esperar unos quince minutos, el tren vuelve a arrancar dirección Alcoy tomando un parsimonioso ritmo que perfectamente podría rondar los 30 kilómetros por hora. No nos estaremos desviando demasiado porque pasadas las 15:00h todavía no habían llegado a Ontinyent. Y de repente, 27 personas ya cansadas con destinación en Alcoy, Agres y Cocentaina son obligadas a abandonar el convoy y a esperar durante nada más y nada menos que media hora un autobús que acude en su auxilio. Todo ello en una hora tan benévola como las tres de la tarde y con la paciencia al límite entre los usuarios. Finalmente, el autobús aparece a las 15:35h y es a las 16:17h cuando se detiene en Alcoy y permite a mi padre y a su acompañante regresar a casa. Todo muy placentero para una persona convaleciente. Y mientras tanto, los de Renfe hablando de puntualidad y las promesas políticas sin ejecutar. Por cierto, todavía estamos esperando que la compañía tenga a bien dar una respuesta a la reclamación telemática que interpusimos al día siguiente del periplo. En fin, después de vivir varios años en Valencia resulta bastante triste que yo casi que me haya acostumbrado, pero lo peor de todo es que todavía nadie se haya dignado a solucionarlo.

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