Calma chicha

Son días de campo y playa, disfrutar de amigos, la familia, de nuestros seres queridos , juntarnos los fines de semana para celebrar lo que sea con alguna buena excusa. Y así lo hicimos nosotros el sábado pasado, fuimos a Villajoyosa, ciudad que tanto quiero por mis raíces familiares. Paseo, solecito, baño y una buena comida. Entre charla y picoteo estábamos mi esposa y yo cuando escuché mi nombre en voz alta con un tono de sorpresa y alegría. Encontrarse con una pareja de amigos sin esperarlo siempre da una alegría extra. Estuvimos de tertulia mientras dábamos un buen repaso a un estupendo tiramisú y saboreando el café, para seguidamente hacernos una propuesta irrechazable: ¡Irnos a dar un paseo con su barco!!… ¿Quién podía rechazar tremenda propuesta?

El mar estaba en calma chicha, temperatura agradable, brisa perfecta, el agua pidiendo sumergirse en ella, música de los ochenta e inmejorable compañía. Sin darnos cuenta vimos el ocaso del día, cosa que nos emocionó, ya que es una de las grandes maravillas de la naturaleza.

Por el camino mi mujer subía en silencio, cosa rara, y al final me dijo algo que me hizo pensar. Me comentaba como una cosa tan fantástica y agradable como era navegar, disfrutar de ese aire, el vaivén del barco, el Sol en nuestros cuerpos, lo mismo podía ser un drama para otras personas. Me hacía referencia a todos aquellos que vienen con las pateras.

Gente que huye de su país debido a las guerras, opresión, el hambre. Sin embargo lo que parece una buena solución el dejar que entren sin más y de una manera indiscriminada puede ser a corto y largo plazo un verdadero drama. Muchos de los que llegan son soldados en sus países o mercenarios, vienen con su propia cultura, tan diferente a la nuestra, religión, e incluso dicho por algunos médicos, pueden traer enfermedades que aunque a ellos no afecte a nosotros nos pueden afectar de una manera más o menos grave. Sin querer estamos haciendo un favor a las mafias que abusan de estas pobres personas que están desprotegidas y navegan engañados y confiando en promesas que nunca se cumplirán. Al llegar a su destino les regalan teléfonos móviles para que comuniquen a sus familiares y amigos lo bien que son tratados para que se animen a venir y los mafiosos continúen haciéndose ricos a su salud. Nada les importa a estos desalmados los cientos que mueren por el camino, las mujeres que son violadas, los enfermos que nunca llegan a salir de su continente. Son verdaderos traficantes de esclavos y nosotros, sin querer, colaboradores de ellos.

Por supuesto tenemos que ayudar y tener misericordia de los necesitados, pero tenemos que hacerlo bien. No por postureo, por salir en todas las noticias de Europa o por querer hacer creer al resto del mundo que somos los más buenos.

No podemos explotar esos países sin miramiento alguno sólo por enriquecernos de tantas riquezas naturales como tienen. Hay que ayudarles culturalmente, enseñar a ganarse el pan, no dárselo, luchar si es necesario contra sus gobernantes que abusan de ellos. Ayudarles a vivir en paz y honradamente en sus lugares de nacimiento, que sus países consigan ser prósperos pero para su propio beneficio, no para unos pocos y desalmados. Deben vivir con los suyos en la tierra que aman y no tener que huir por miedo y con un alto riesgo de no llegar al lugar prometido o de dejar por el camino a sus seres queridos. Que las pobres personas no tengan que navegar por alta mar con el rugido de las olas, la penumbra de la noche y el terrible frío que invade hasta el tétano de los huesos con esa fría humedad. Es mucho mejor ayudarles allí y que puedan navegar por aquellos preciosos parajes disfrutando del agua en calma chicha.

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