El Centro de Alcoy: entre todos lo mataron

Crecí en la Zona Nord y cuando me casé, mi pareja (también de Juan XXIII) y yo, teníamos claro que no queríamos seguir viviendo en ‘el barrio’. Desde joven he buscado un concepto de vivienda diferente al que elegían mis amigas: un piso nuevo para estrenar, con garaje y preferentemente con piscina, para los niños en verano.

Nosotros reformamos un pequeño ático en la Alameda, antiguo, de esos que tu madre observa con cierta extrañeza cuando se lo enseñas por primera vez. Y no entiende que prefieras unos techos abuhardillados, con molduras, vigas al descubierto o una chimenea de principios de siglo. ¿Dónde va a parar al lado de un piso de primera mano?. Pero no contentos con eso, al cabo de los años renunciamos a nuestro ático en el Ensanche para venirnos a vivir a un primero sin ascensor y en el Centro. Una vivienda totalmente reformada pero conservando los elementos antiguos, lo que le daba, a nuestro entender, un encanto especial. Hubo quien pensó que estábamos locos, pero nunca nos arrepentimos. De hecho, por circunstancias voy a tener que mudarme de nuevo y voy a seguir apostando por el casco antiguo.

Me gusta vivir en el Centro, pasear a mi perro por sus calles, tener El Nostre a un paso, comprarle fruta al pakistaní de Sant Llorenç, que mi hijo pueda ir solo al colegio sin peligro porque por Sant Francesc no pasan coches. Con mis amigos, ya no entendemos una comida o una cena si no es en un restaurante del Centro, o pedimos algo e improvisamos plan en mi casa, que está a un minuto de la nueva ‘Movida’. Ellos siguen viviendo en sus pisos ‘nuevos’, que tienen todas las comodidades del siglo XXI, no como el mío, que me hace sudar tinta china cada vez que me toca subir la compra.
Pero en el fondo envidian algunas ventajas de vivir aquí, aunque solo sea porque me dejo caer y estoy en el Goya, donde nos echamos siempre unas risas.

Les vengo a decir con esto que mi vida en el centro histórico de Alcoy está asociada solo a buenos momentos. Si me preguntan a mí, solo les puedo hablar de las bondades que en mi opinión tiene el Centro. Y sinceramente, sin haber nacido aquí y a pesar de llevar cuatro días, como aquel que dice, siendo vecina de la calle Sant Josep, me duele oír hablar de este barrio así como lo hicieron los vecinos que la pasada semana –con todo el derecho del mundo, faltaba más– se echaron a la calle para pedir un Centro digno y rehabilitado. Lo siento pero no me sentí representada. Yo no tengo miedo ni me siento insegura viviendo aquí.

En mi edificio, tres de las cuatro plantas están ocupadas por gente joven, gente que ha invertido dinero y esfuerzo en reformar unas viviendas y recuperar un trocito de la arquitectura obrera de este pueblo, que se está echando a perder. Un grano de arena que aportamos estos propietarios al Centro, como el que aportan también los emprendedores que abren nuevos negocios en alguna de sus encantadoras calles, que todavía las hay. El otro día, en el Pleno sobre el temporal, sentí pena por muchas de las opiniones que escuché sobre el barrio en el que vivo. Qué se puede mejorar la política urbanística, sí. Qué hay que emplearse a fondo, muy a fondo. Y que es complicado recuperar el tiempo perdido y enmendar errores del pasado, también. Pero por favor, si queremos revitalizar el casco antiguo, atraer habitantes jóvenes y recuperar el esplendor del corazón de la ciudad, no podemos estar hablando continuamente de inseguridad y miedo, de okupas, de un barrio que “se cae a trozos”, de unas calles que al parecer solo reviven cuando llega la Navidad o fiestas de San Jorge. Mentira. Yo compruebo como reviven con el bullicio de los sábados, el ambiente de la Plaça de Dins, incluso a diario, con la vida que le dan al barrio los estudiantes del Campus o la Escola d’Art; el ir y venir de los que trabajamos en el Centro, o los que se desplazan a hacer gestiones a la Policía, Juzgados, Correos, Hacienda…

No maquillemos ni ocultemos la realidad de un Centro que pide a gritos una intervención global, pero tampoco tiremos piedras contra nuestro propio tejado. Solamente con críticas y denuncias a veces fundamentadas en una opinión sesgada, lo que estamos haciendo es transmitir una imagen patética del barrio. Y no es lo que queremos, ¿no?.

Además, tanto insistir con los problemas del Centro, se detecta ya en el resto una cierta animadversión hacia el que se ha convertido en la Cenicienta de los barrios. “¡Todo para el Centro! Fiestas, Cabalgata, Modernismo… Ayudas a los comercios ¡Que todos pagamos impuestos!”, he escuchado pronunciar en los últimos meses.

Así que, por favor, basta ya de regocijarse en lo malo, del discurso catastrofista y de la campaña negativa. Hay que poner soluciones y no más piedras en el camino. No acabemos de hundir un barco que todavía flota. Somos muchos los que aún creemos en el Centro. Pero de verdad.

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