Menos es más

Hace unas semanas atrás era inimaginable el escenario actual. Unas semanas atrás, estábamos inmersos en nuestras rutinarias y aceleradas vidas pidiendo que el día tuviera más de veinticuatro horas. Funcionábamos como auténticos autómatas bogando al son de las nuevas tecnologías: internet, redes sociales… Vivíamos en un egocentrismo unipersonal y unidireccional. Pensando que “Yo” soy el centro del mundo, “Yo” soy su motor, “Yo” soy imprescindible y, sin mí, éste mundo no funciona. Vivíamos con tanta vehemencia que no hemos sabido distinguir las señales del planeta: contaminación, crisis económicas, decadencia humana…

Y aquí estamos, enclaustrados por un ente funesto, minúsculo, imperceptible e inaudible. Un ente que nos ha usurpado los besos y los abrazos. Que nos ha confinado para sobrevivir con lo necesario. Que no le importa cuanto dinero se tenga. Que no entiende de política, , raza, sexo…

En esta relegación que sufrimos se puede comprobar que el dinero no sirve más que para pagar las facturas que siguen cobrando a pesar de la situación. Que las nuevas tecnologías no son más útiles que para el teletrabajo. Que las redes sociales son herramientas superfluas que su único cometido en estos días es facilitar la comunicación con familiares y amigos en la distancia, esa distancia social que ellas mismas han creado. Que el tiempo que pasamos con nuestros hijos es la mejor vacuna para el peor de los virus.

Una vez más queda demostrado que la humildad, honestidad, modestia, sencillez… ganan la batalla a la arrogancia, presunción, soberbia, altanería, jactancia… En definitiva, que menos es más.

Después de todo, esperemos que sigamos siendo igual de humildes que estas semanas. Que releguemos nuestras diferencias políticas, de raza y religión y sigamos siendo igual de honestos que estos días. Que ese pequeño gesto de salir a los balcones y aplaudir es lo que nos hace más humanos y revela que menos es más.

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