Perseguidos y censurados

“Ya no se puede decir nada. Los jóvenes de ahora son una generación de cristal. En mis tiempos, nos hacíamos bromas todo el rato y nadie se enfadaba. En cuanto dices cualquier cosa que no les gusta a los progres, te censuran”. Estamos normalizando este discurso con una facilidad escalofriante. ¿Realmente antes había más libertad? ¿Se está censurando a las personas que no siguen determinada corriente ideológica?

Existe una paradoja muy graciosa. Muchas de las personas supuestamente censuradas (o canceladas, como se dice ahora) tienen una presencia enorme en los medios de comunicación, lo que les proporciona un altavoz público. Ya sea en un programa de televisión con más de tres millones de espectadores diarios, o con varios millones de seguidores en redes sociales, o incluso en entrevistas leídas o escuchadas por toda España, todos ellos aparecen lamentando amargamente la cruel persecución que están sufriendo, y cómo no les dejan hablar de nada, ante audiencias millonarias que les escuchan a todas horas. Curiosa censura esta, que te permite decir lo que quieras ante todo un país.

Pero la paradoja no acaba aquí. Algunos de estos “perseguidos” por la “censura”, que reivindican su derecho a hacer chistes de cualquier cosa, llevan sorprendentemente mal el hecho de que otras personas hagan chistes sobre ellos, e incluso se permiten utilizar sus influencias para amenazar a cualquiera que lo haga. Supongo que su idea es que ellos tienen derecho a reírse de ti, pero tú de ellos no.

En 1996 el dibujante Mauro Entrialgo fue despedido del País de las Tentaciones por hacer un juego de palabras sobre drogas. Otro dibujante, José Luis Martín, fue llevado a juicio en 1984 por sus historietas sobre Dios. En los 80 un joven tuvo la ocurrencia de enviar una carta con un sello con la efigie del rey, al que le había dibujado el resto del cuerpo como si estuviera defecando.

Acabó encarcelado. En 2007, dos dibujantes de la revista El Jueves fueron condenados a una multa de 3000 euros por una caricatura de los entonces príncipes, Felipe y Letizia. La publicación fue secuestrada por orden judicial (por cierto, el juez que lo ordenó fue el actual Ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska).

Quizá los 80 y los 90 no fueron esa época dorada de libertad que nos quieren vender. Quizá esa libertad dependía de a quién ofendía. Se podían hacer (y se hicieron) sketches cómicos sobre la violencia de género, sobre la homosexualidad ridículamente estereotipada o sobre extranjeros reducidos a ignorantes y delincuentes, y no metieron en la cárcel a nadie. Quizá es que no pasaba nada por hacer chistes machistas, u homófobos, o racistas, pero pobre de ti si hacías un chiste sobre la monarquía o la religión. Es más, pobre de ti si intentabas alzar la voz contra la homofobia, por ejemplo. El peligro no era que te criticaran en Twitter, sino que te dieran una paliza de muerte.

Ese es el problema. Todos estos “perseguidos” de hoy no son más que personas acostumbradas a ofender sin que nadie les contestara. Y como, afortunadamente, la sociedad avanza, resulta que ahora se encuentran con voces que les dicen que eso no tiene gracia. Como en tantas otras cosas, han confundido un privilegio con un derecho. Tú tienes todo el derecho a hacer el chiste, y yo tengo todo el derecho a ofenderme por ello. Eso es libertad de expresión.

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