Postal del verano

Pues ya se han instalado los calores en el solar patrio , esos que arrecian sobre las sienes de los mortales que huyen despavoridos en las horas cruciales del día, cuando el sol arremete frenéticamente todas las superficies con sus ardores. Y llega la noche de San Juan, determinando con sus sortilegios todo el embrujo asistido sobre las playas del litoral, con el fuego de las hogueras, saltando el personal sobre las llamas como un ritual establecido que va buscando la dulzura de la suerte, la bonanza presagiada del azar, esa forma jocosa de rastrear sin esfuerzo el cuerpo persiguiendo una dicha duradera y trivial. Y en las hogueras, se va quemando lo caduco, lo inservible, lo molesto, los malos presagios, los recuerdos pasados que hieren. Se busca en la noche estrellada esa novedad amable de vivir sin sobresalto, de que “aquí es posible la existencia de este bienestar y certidumbre” como predecía el poeta y lo que todos anhelamos.

Porque ya se encuentra entre nosotros este tiempo feliz como una meta, pese a los calores. Y cuando llega, como una posesión, se va uno hacia la certidumbre del mar anunciándote todo ese espacio tan pretencioso y sobrecogedor para la hermosura de ser contemplado; se busca el tropezar de las olas como los abrazos infinitos y en medio los sueños, el ocio que traspasa el tiempo, y alrededor, la visión de los cuerpos y sus risas que albergan, quizás, una felicidad transitoria, y es que todo es ya un inicio o un recorrido al presentimiento para la dicha que se espera.

Verano, como un paréntesis para el loco trajín que siempre circula en las demás hojas del almanaque. Tanto azote de la vida con las circunstancias infames que disipan el convencimiento de la existencia y tanta fechoría de esos individuos gestores que no alcanzan a gobernar para el provecho de la ciudadanía, invadiendo de pesadumbre a los mortales. Por eso, feliz es el que se evade buscando el ocio y el placer en esta estación tan luminosa. Bienvenido sea el verano desde la noche mágica de San Juan, cuando los gitanos beben en la madrugada anís para ahuyentar a los malos espíritus y festejar a su Patrón, atravesando la aurora con sus palmoteos estrepitosos y el sonido de las guitarras que los hacen dichosos en la jornada.

Y ahí va esta postal del verano. Una mirada a los días eternos, porque eterno es el sol con todas sus consecuencias.

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