¿Solucionaría la semana de cuatro horas el problema del paro?

Acostumbrados a las crisis económicas que venimos sufriendo desde ya hace tiempo y que algunos, ilusamente apuntaban a que se iban a superar, nos damos cuenta que de solución o voluntad de superarla ni ¡pum!

Desde la Revolución Industrial, iniciada posiblemente por el descubrimiento de la máquina de vapor, de James Walt en la Inglaterra del XVII y de la más importante aún del pensamiento social que trajo la Revolución francesa, el ser humano no ha dejado de luchar por sus derechos y por alcanzar un bienestar cada día más óptimo.

El proceso ha sido largo y doloroso y muy a menudo, cruento, pudiendo doscientos años después sentirse bastante orgulloso del resultado de este prolongado y penoso camino, por lo menos en occidente.

Cada día, es más difícil racionalizar el mundo laboral en una sociedad donde prima, como fundamento, la propiedad privada y la libre competencia entre oferta y demanda.

Cuando los beneficios son sustanciosos, el Capital actúa libremente y recoge ganancias sin tener en cuenta ninguna medida social, cuando soplan vientos de recesión, se ampara en los recursos estatales para que a guisa de boya, le salven la situación. El keynesianismo es un buen ejemplo.

Hoy no parece que las ocho horas (cuarenta a la semana ) meta alcanzada, en años pretéritos y que costó la vida a muchos trabajadores, se respete, alguno trabajadores hacen muchas más, casi siempre en clandestino.

¿Qué podría aportarnos el reducir la semana a cuatro horas diarias?¿Sería con qué cuantía la reducción de salario?¿Es ello posible con una población con hipotecas de pisos y coches y que no renuncia a salir los fines de semana? Una reestructuración de horario de trabajo y laboral, se presenta como necesaria.

Sí la juventud trabaja más de cuarenta horas por semana para cubrir su obligaciones económicas ¿cómo podría hacerlo reduciendo su jornada? En cambio la situación nos demuestra que para que un número de personas puedan trabajar las horas mencionadas, ocupar sitios de responsabilidad a la vez que tener una familia, es necesario que dispongan de un salario, digamos decente. Y aquí aparece la figura de una gran cantidad de personas, con una edad media que trabajan a media jornada en un sitio y el resto en sus casas. Amas de casa, abuelos/as cuidando a sus nietos, enfermeras amateur, asistentas de funciones varias etc.

¿Se han preguntado nuestros flamantes economistas la cantidad o parte de la economía que mueve esa masa silenciosa que cuida a enfermos, a niños, a personas mayores que no pueden o no quieren ingresar en una casa de reposo?.

Así tendríamos a un estudiante que compaginaría horas de trabajo con sus estudios. Un jubilado podría cumplimentar su paga con un trabajo de cooperación en guarderías, hospitales, bibliotecas, bricolajes diversos en centros culturales o de acogida.

Por esta vía, aunque de momento sólo sea un “parche” pienso que se podría encauzar una diversidad laboral que beneficiaria a todos, pues se ajustaría a la necesidad de una sociedad dinámica y cambiante.

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