Educación canina: el problema de los mal llamados perros “dominantes”

DANIEL PÉREZ, educador canino.

“Mi perro es dominante”. Con esta frase, multitud de personas me presentan a sus perros. Cada vez que escucho el término dominante, no puedo evitar entrecerrar los ojos y suspirar profundamente. ¿En qué consiste ser dominante? Técnicamente, la definición sería buscar el control sobre algo o alguien. ¿Cómo se aplica esto a los perros? Pues básicamente, cuando alguien afirma que un perro es dominante, nos está diciendo que se trata de un perro que, en opinión de quien lo afirma, intenta tener el control sobre todo y todos, propietarios, visitantes, comida, juguetes, sofá… En pocas palabras, cuando alguien me afirma con contundencia que su perro es dominante, no puedo evitar imaginarme al perro viajando por la Tierra Media en compañía de tres hobbits en busca de un anillo para “gobernarlos a todos”.

El término “dominante” refiriéndose a perros, es un término sumamente desafortunado a la par que desfasado. Este concepto, se basa en los estudios del comportamiento sobre manadas de lobos en cautividad, que nada o casi nada tienen que ver con los lobos que viven en libertad. Según estos estudios, los lobos intentan obtener el control sobre su entorno, recursos y el resto de miembros de la manada por la fuerza, cuando en la realidad las manadas (en libertad) son unidades familiares y que no requieren el uso de la fuerza en ningún momento para ejercer el liderazgo, porque ya tienen multitud de rituales para comunicarse que son perfectamente entendidos y respetados por el resto de miembros de la manada.

¿Cuál es la consecuencia de calificar a un perro como “dominante”?

Pues es muy sencillo: automáticamente este perro tiene puesta una etiqueta que en nuestra imaginación lo convertirá en un perro agresivo que estará constantemente intentando controlarnos y que pasara las noches maquinando diversas formas de obtener el control de nuestro hogar.

El educador (o el cuñado del propietario, que también es muy frecuente aquello de “pues yo he visto un programa en la tele que dice…” y se toma como una verdad absoluta) que nos este asesorando, automáticamente nos pondrá medidas del tipo comprar un collar de estrangulamiento (o de pinchos) y estrangular al perro si hace algo, darle golpecitos con mayor o menor intensidad, dependiendo del educador, comer después de nosotros, no subir encima nuestro… y un sinfín mas de medidas con el objeto de recuperar nuestro “poder” por la fuerza. En pocas palabras, nos instruirán para combatir la dominancia con mas dominancia, lo cual viene a ser como curar la peste con la lepra, es tan mala una cosa como la otra.

¿A que se deben esos problemas que se califican como “dominancia”?

Normalmente, todos esos problemas que alguien califica como propias de un perro dominante son, bien conductas aprendidas de forma involuntaria o una mala educación inicial –normalmente fruto de malos consejos sobre cómo educar a un perro, una socialización deficiente, etc– o bien una respuesta agresiva a nuestras propias conductas de dominación.

Como ejemplo, podríamos poner miles de situaciones: las personas que intentan dominar a sus perros por la fuerza desde el principio (en este caso siempre hay alguien que nos ha dicho que es lo correcto para que el perro nos obedezca), lo cual en algunos perros acaba desencadenando una respuesta defensiva y con el tiempo se acaba convirtiendo en un hábito; la costumbre de intentar tocarles la comida para demostrarle que su comida es nuestra, que acaba produciendo una agresividad (lógica) para proteger sus recursos; gruñidos recompensados con caricias de cachorros; una mala interpretación del lenguaje canino… Hay cientos de patologías en este sentido que podríamos poner como ejemplo.

Entonces, si mi perro no es dominante, ¿cuál es su problema y como lo soluciono?

En primer lugar, olvidando todos aquellos mitos que tenemos grabados en nuestra mente, sobre si nuestros perros andan delante o detrás de nosotros, si comen después o antes de nosotros, si cruzan la puerta delante de nosotros, o si se suben a sitios o encima nuestro, ninguna de estas cosas es el origen de una respuesta agresiva ni un síntoma de estar adquiriendo “poder”.

En segundo lugar, deberemos encontrar un buen educador canino que nos asesore, que localice el origen del problema que ha originado esa situación de agresividad, y que nos proporcione las pautas para corregirlas de forma positiva y sin agresividad, siempre trabajando sobre el origen del problema que ha causado la agresividad, no sobre la agresividad en sí misma. Cada problema, del que habrá dado síntomas durante bastante tiempo, que se habrá ido incrementando con el tiempo, y que solo habremos percibido cuando se ha convertido en algo grave y que alguien califica como “dominación”, tiene un origen concreto sobre el que hay que trabajar.

Y sobre todo y primordial, no demonicemos a nuestros perros, no les colguemos injustas etiquetas, nuestros perros hacen lo que les hemos enseñado a hacer, ya sea de forma voluntaria o de forma involuntaria, se defienden cuando se sienten agredidos verbal o físicamente, como es lógico y natural. Y el intentar someterlos más aún o colgarles etiquetas que generen miedo, tanto a nosotros como a la gente que nos rodea, no solucionará el problema, sino que lo agravará o creará otros problemas distintos, como perros miedosos, atemorizados ante las reacciones humanas.

En definitiva, eduquemos a nuestros perros con amabilidad y cariño, porque el amor genera amor, pero la agresividad o la violencia solo generan más agresividad o miedo.

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