El laberinto de Cataluña

Ellos, los independistas catalanes, son los únicos optimistas en el solar patrio; ellos son los que llevan el estigma de una revolución o una consulta aireada en la fecundidad de una propaganda machacada de tiempo, buscando la rotundidad inefable de las conciencias en la algarada de las manifestaciones bien construidas con sus colores, sus equipos y sus fervores que van fundiendo sus ansias cara a un futuro prometedor como si se tratara de la búsqueda de un paraíso fraternal con todas sus consecuencias.

Lo van diciendo ufanamente: ”Libertad para gobernar sin el control del Estado” y así ellos están dispuestos a trasmitir como una conquista los proyectos dulzones, castigando la terquedad de los gobernantes de Madrid que con sus argumentos van ampliando el provecho de los independistas para que tengan nuevos adeptos a la causa con la fluidez de un encantamiento que va asomándose día tras día hacia el fruto decisivo de una victoria.

Es lo que dicen las encuestas. Por eso ahí están Más, Junqueras y los que les siguen en tropel sonriendo complacidos. Y es que ellos van ascendiendo a la cumbre de un optimismo revelador. Se preparan para decir adiós a algún siglo de gobernanza infame, a la negritud doliente de los cuarenta años de dictadura de aquellos tiempos con las leyes que ahogaban el hábito de la convivencia. De esos trances sórdidos viene la melancolía escrita en los versos del poeta catalán Salvador Espriu: “i aprendrem aquesta lliçó humil/ al llarg de tot el temps del cansament”.
Mientras ellos, los independistas están alborozados organizando clamores, tenemos al resto del país que está más que preocupado por el desenlace de una ruptura de la nación que se avecina. Demasiado tiempo se ha estado alimentando la ambición desmesurada de los independistas. Tanta negación a un referéndum, esquivando alternativas, diálogos eficientes, posturas que hubieran podido albergar una esperanza fructífera por el partido conservador que nos gobierna y los de la derecha que siguen cabalgando en la misma dirección: sus leyes inamovibles, sus provocaciones de miedo y el estremecido desencanto que sufre la ciudadanía ante realidades tan palpables.

Y a ellos, a los independistas se los están poniendo este difícil panorama “en bandeja”, empleando un viejo argot doméstico. Porque se envalentonan a cada declaración de los políticos de Madrid, de los jerarcas de la banca que amenazan con marcharse a otras latitudes o de algún que otro dirigente que quiere animar el cotarro de moda de la independencia catalana pontificando con frases de animada sonoridad altiva, desembocando en ocasiones el sonido verbal de sus pronunciamientos en una rotunda estupidez.

Este es el paisaje inflamado de la actualidad cara al fin de semana. Preocupación del ciudadano español hacia el ciudadano catalán.

Sobre todo para que tenga conciencia del resultado de su voto y poder salir airoso del laberinto en que está sumergida aquella ciudadanía Los han metido a ellos, a los catalanes de buena lid en la terquedad y el absolutismo infame de algunos políticos y en otro extremo en la indiferencia peligrosa del que dice gobernar desde la capital del reino.

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