El otoño que hierve

Está ya al llegar, es el otoño que queda instalado en la atmósfera de los pronunciamientos, de las renovaciones estudiadas o en la esencia misma de los proyectos que se sueñan.

Pasado el verano, tedioso y relumbrón, como una obsesiva tregua para calmar costumbres y rutinas, es el otoño el que sirve para modificar o realzar nuevas realidades, lo que se quiere cumplir como una disciplina recalcitrante para que quede constancia sobre todo en la clase política, que es la destinataria de mostrar ese ardor de perfección y enfilada maestría para que sea vista y comprobada por la ciudadanía, que es la que deposita en las urnas los votos de su futuro, o sea, los cuatro años de privilegio para nuestros gobernantes con sueldos y prebendas, atenciones y brocados en el enigma quieto de las instituciones.

Claro que se prepara un otoño más que caliente, sumergido de lleno en el pavor de las altas temperaturas, en la consecuencia futura de cómo se vislumbra el panorama político, pues en un plazo frenético de noventa y tantos días quedará todo definitivo y solemne: los nombramientos escritos en la prosa burócrata y gris del boletín oficial, los próceres instalados en sus despachos y el señor presidente del gobierno cobijado en su palacio de rigor protegido de los rigores del invierno.
Pero para que llegue el señalado día del triunfo electoral, primero hay que emplear la sabiduría sincera y cautelosa del convencimiento. El ciudadano ya lleva sobre sus espaldas el escarmiento de demasiado truhán, mitad predicador y lisonjero, que con sus explicaciones solo han alcanzado el fervor de la mentira y el engaño. Por eso los políticos saben que en esta ocasión la tarea es ardua y difícil.

Lo primero que se avecina es el Vía Crucis de Cataluña con su desasosiego en busca de una consulta “ Urbi et orbi”, pues se trata de afianzar un sonoro resultado en provecho de una independencia para su región, como una victoria política. Después, los largos días de propaganda, buscando los resortes de las televisiones, como cabecillas de los sonoros encuentros y las imágenes perfectas para cautivar al personal, empleando el milagro impresionante de las palabras, entremezclándolas de denuncias, con los miedos persistentes, los entusiasmos amables, las promesas recitadas como un salmista en pleno ejercicio. Está todo elaborado con la exquisitez de los asesores para acaparar el empeño del ciudadano y poseer todo el énfasis de su voluntad, atrayéndola hacia las siglas de un partido y así consolidar el loor final de la victoria.

Esta es la introducción de un otoño abrasador cara a un curso político decisivo y enigmático para el ciudadano. Falta por saber si todo se desarrollará dentro de un formulismo amanerado para no perder la costumbre o surgirá el brío de un cambio necesario enfilado a nuevas conquistas en esa cita democrática y vital en día de fiesta. Será una jornada nerviosa y formal, inflamada en la liturgia de los deseos que se consolidará abiertamente en el resultado de las urnas como una conquista en pleno movimiento.

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