Fun, fun, fun

Miércoles, 24 de diciembre (fun, fun, fun…) de 2014. Cuando ustedes lean esto, si es que me hacen la caridad de engolfarse en mi perorata, ya habrá acabado todo. Según lo más probable, el resacón será historia y ya estarán pensando en el menú de la cena de Nochevieja. No deja de ser curioso que estos fastos, estos excesos los hagamos en un país, dizque aconfesional, para celebrar la venida al mundo en una cochiquera de un notas que dio que hablar a través de los siglos, que pregonó verdades como puños, que se la jugó por ello, al que no hacemos ni puto caso (la iglesia y sus oropeles, menos aún), y al que le dieron matarile de una forma espantosa.  ¿Y qué hacemos para rememorar tan glorioso advenimiento, tan truculenta mitología? Pues lo que toca. Inyectarnos colesterol en vena y cogernos un ciego apocalíptico.

– Abuela, ¿hace un anisete?

– Vale, hijo, pero que sea anís del Mono, que el Chinchón me da acedía.
   Esta mañana anduve por el centro. Me topé con un montón de peña que me deseaba mucha felicidad. Una reata de ciclistas vestidos de Papá Noel, bajaban País Valencià abajo, exultantes y cantando nadaletes a grito pelao. En La Bandeja, un coro de jóvenes con más voluntad que arte, con más ganas que virtud,  aporreaba guitarras, zambombas y zanfonías y entonaba el Chiquirritin con mucho sentimiento y con la megafonía a toda leche. A la sombra del gigante de Piñero se arracimaban papás con los niños a cumplir el protocolo: La foto con el coloso real, que hay que ver qué difícil lo ha puesto este año, que he visto a más de uno en trance de despeñamiento. El trineo tirado por caracoles era más accesible, dónde va a parar. En fin, que un ambientazo del copón. Y uno, que andaba azacaneado en sus asuntos, en sus coplas y en sus estreñimientos mentales dio en pensar que los espejismos son necesarios. Que esta alegría con fecha de caducidad ha de ser bendecida, que bastantes atrocidades cotidianas nos papeamos durante el año, que el motivo sea más o menos ortodoxo,  viene a dar lo mismo, que cualquier placebo es bueno para festejar que, aunque parezca mentira, aunque nos la sigan metiendo doblada, nos engañen, nos tomen por idiotas, nos empobrezcan y nos ninguneen, seguimos vivos y con ganas de calzarnos un gorro absurdo con borla y plantar cara. Nos chuparán la sangre, pero no nos quitarán las ganas de hacer sombra en las aceras.
– Abuela, hace un polvorón.

– Vale, hijo, pero espera que me quite la dentadura que si no, no me hago con él.

   Perdonen la brevedad pero es que me llaman para hacer las gambas a la plancha. ¡Maruchiiii…!, ¿dónde has puesto la sal gorda….?.

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