Perros y niños: pautas para facilitar la adaptación y la convivencia

DANIEL PÉREZ, educador y adiestrador canino.

Qué duda cabe que un perro, además de ser nuestro leal y fiel amigo, puede ser un estupendo compañero de juegos para nuestros hijos. La mayoría de adultos que hayan crecido con un perro, recordará gratamente la experiencia de haberse criado con un compañero de juegos tan fantástico.

Es indudable que un perro puede tener una relación fantástica con un niño y viceversa, pero siempre es conveniente tener algunas cuestiones en cuenta en aras de evitar que puedan surgir problemas y complicaciones, así que vamos a ver qué precauciones deberíamos tomar a la hora de tener perros y niños en casa.

Existen dos posibilidades: primera, que el perro ya estuviese en la casa y tenemos la fortuna de tener un bebé; segunda, que teniendo ya niños, decidimos adoptar un perro como un miembro más de la familia. En el primer caso, teniendo un perro ya en casa y esperando la llegada de un bebé, lo ideal sería consultar con un experto que nos asesore previamente (con bastante antelación) sobre posibles medidas a tener en cuenta ante la llegada del niño, y qué problemas nos pueden surgir.

Prevención ante la llegada de un bebé

Suponiendo que nuestro perro no tenga ningún problema de conducta ya previo –puesto que de ser así obviamente se los tendríamos que corregir con anterioridad– deberíamos hacer varias cosas que facilitaran en gran medida la adaptación del perro a la nueva situación. En primer lugar, debemos enseñarle cosas básicas que podrían provocar algún tipo de problema: no saltar, no levantarse con las patas, no jugar con la boca… Son cosas muy elementales que debemos empezar a enseñarle con mucha antelación. Algo importante sería acostumbrarle desde el principio a llevar algo en brazos (serviría cualquier cosa, la compra, un cojín…) y se lo enseñamos para que lo huela tranquilamente sin que produzca excitación. Esto facilitara el que le podamos presentar al bebé llegado el momento.

En segundo lugar, deberíamos estudiar cómo cambiará nuestra rutina la llegada del bebe: intentar estimar cuál será el cambio de hábitos que padeceremos y empezar a introducirlos antes del nacimiento, para que a la llegada del bebé el perro note el menor cambio posible en sus costumbres.

Pero no solo el cambio estará en los horarios, sino en la propia casa también, ya que habrá espacios en los que no podrá entrar, cosas y lugares a los que no podrá subir… Todo ello es conveniente que esté preparado con toda la antelación que sea posible.

En tercer lugar, es muy importante acostumbrarlo a ser independiente, a que pueda estar en una habitación o en su cama y tranquilo. Y por supuesto, evitar consejos del tipo “darle pañales para oler”, ya que para nuestro perro no habrá ninguna relación entra una cosa y la otra.

Una vez el bebe ha llegado a la casa, es importante que nuestras rutinas se mantengan dentro de lo que ya hemos establecido en los meses previos y, sobre todo, no provocar conflictos nosotros mismos. Es normal que durante los primeros meses el perro sienta curiosidad por el bebé, que son una fuente enorme de nuevos estímulos: lloros, gritos, juguetes (que nunca deben ser compartidos). Y nosotros tenemos que llevarlo con la mayor naturalidad posible, procurar no ponernos nerviosos –ya que eso se transmitirá a nuestro perro–, procurar no crear situaciones de tensión o reñir al perro innecesariamente, puesto que todo ello podría crear asociaciones negativas. Hay que ser pacientes y prudentes.

Durante los primeros meses realmente no habrá ningún tipo de contacto entre el perro y el niño, ya que el bebé permanecerá en la cuna o en brazos y por lo tanto, fuera del alcance del perro. Pero, ¿qué pasara cuando el nene empiece a gatear? Ahí es cuando realmente tenemos que ser más prudentes. El principal consejo que nos pueden dar es supervisión y más supervisión. En ningún caso el niño y el perro se deberían quedar solos, sin vigilancia. Pero no hay que confundir esto con sobreproteger: hablamos de vigilar, pero es importante que haya contacto entre el perro y el niño, con prudencia.

Es importantísimo evitar aquellas conductas del niño que podrían provocar reacciones en el perro, por ejemplo, durante los primeros meses el niño tiene más tendencia a estirar de las cosas, apretar, coger… Todo ello podría provocar que el niño sin querer hiciera daño al perro y causar una respuesta en él. El mismo caso sirve para tocar cosas que son del perro, comida, juguetes…

Una vez ya hemos pasado esos primeros meses y el niño empieza a entender, podemos empezar a explicarle cómo debe tratar al perro, qué cosas puede hacer y qué no, cuándo debe dejarlo tranquilo si vemos que el perro se estresa, cómo cuidarle… Y en este punto entramos ya en el caso en el que perro llega cuando el niño tiene ya una cierta edad, que sería nuestra segunda posibilidad.

Y qué pasa si llega cuando ya hay un niño en casa

Una vez le hemos enseñado cuales son los límites del perro –cuándo se le puede tocar, cuándo se le debe dejar a su aire, y qué cosas se pueden hacer o no– es importante enseñar al niño a responsabilizarse del perro. Hay mil cosas en las que un niño puede colaborar: cepillarlo si le enseñamos a hacerlo con delicadeza, colaborar en la limpieza o en el paseo, acompañado de un adulto.

En definitiva, el tema es complejo y hay muchas cosas que debemos tener en cuenta, siendo esta una guía muy breve y superficial. Por eso es importante –nunca insistimos lo suficiente– buscar asesoramiento de un profesional en caso de que llegue un perro a un hogar donde hay un niño, o a la inversa, para evitar que en el futuro tengamos problemas.

Para concluir, haré una pequeña reflexión personal. En cierta ocasión, mientras paseaba a mi perro, me cruce con un padre y su hijo. El niño, de cuatro o cinco años, no quería andar, a lo que el padre, al verme a mí con el perro, le dijo: “vamos, vamos, que sino el perro te morderá”. Me pareció una forma nefasta de convencer al niño para caminar, ya que lo único que le puede ocasionar al niño es una asociación negativa respecto a cómo es un perro. Con lo cual, el mejor consejo que puedo dar es que enseñéis a vuestros hijos a tratar a los animales, a cuidarlos, que les enseñéis que son seres vivos que sufren y padecen como cualquiera, y sobre todo, que aprendan que a un animal –sea perro o de cualquier otra especie– hay que aprender a respetarlo y no a temerlo. Porque el respeto lleva al amor, pero el temor lleva al rechazo.

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