Putas, toreros y autónomos

Ya hace un par de años, tuve la fortuna de dar con un artículo en el que se narraba una anécdota del Nobel de literatura Camilo José Cela.
En cierta ocasión, el diario El Mundo le pidió una colaboración, a lo que D. Camilo dijo que lo haría por una cantidad de dinero. Cuando desde la redacción trataron de regatear el precio, su respuesta fue enviar el folio gratis y concluir el artículo diciendo que los escritores son como los toreros y las putas, “que pueden torear en festivales o joder de capricho, pero sin bajar los precios jamás”.

D. Camilo se lo podía permitir, pero la mayoría de los autónomos no. Por eso, rebajar los precios, es lo que venimos haciendo desde que empezó esta maldita crisis, que nos envuelve —como si fuera papel film—, hasta asfixiarnos. Desde luego, “cada uno hablará de la feria, según le vaya en ella”, pero sospecho, que habrá muchas coincidencias en los distintos sectores.

El que tiene un comercio, o empresa de servicio que —de una u otra forma—, trabaja de cara al público, sabe, sin necesidad de que venga yo a recordárselo, que desde hace algunos años, no le queda más remedio que mantener los precios, si es que durante estos tiempos no los ha tenido que bajar.

Unos mejor que otros, llevamos a cuestas todos estos años con los restos de dignidad y fingida alegría que nos va quedando. Porque hemos pasado, de ver al dependiente que nos atiende desde detrás del mostrador, como una persona que nos va a ayudar y aconsejar lo mejor, a verlo como un ser metomentodo que, —a ver que le importará— nos pregunta insistentemente qué tamaño, color y textura queremos. Que tiene la desfachatez de venir detrás de nosotros, para, —quédense ojipláticos— echarnos una mano. ¿Qué se habrán creído? A ver si aprenden de los chinos, que si nos siguen es con un solo objetivo, vigilar que no les robes un esmalte, barniz o laca de uñas —otrora pintauñas— color naranja subrayador.

Y no solamente eso, además el tío (o la tía), que para eso hay igualdad, nos querrá cobrar lo que marca la etiqueta. ¡Acabáramos! Como si no supiéramos de buena tinta, que a los productos les cargan… (Aquí que cada uno ponga el tanto por ciento que se le ocurra, que a la hora de pensar animaladas, en este país somos la pera).

Esto es lo que hacemos, más o menos. Tu elijes el producto que quieres, le das la vuelta hasta que localizas la etiqueta con el precio y te vas directamente al vendedor a preguntarle que en cuánto se queda. Eso, claro está, con el comerciante de aquí, el de tu barrio, el que fue el padrino de boda de la amiga de tu prima Marga. El mismo que tiene a la venta la caseta, porque cada vez vende menos y encima su hijo está en Valencia, en la universidad, que le sale por un pico. Eso en Zara no se te ocurre, pero en esa tienda sí. Y como te diga que el precio es el que marca, que no hay descuento, sueltas la prenda y te vas tranquilamente, así sea la única blusa de todo Alcoy, que te hace juego con la falda que te quieres poner el día de la Gloria Infantil.

Pero hablemos de servicios. Pongamos que se te estropea la ducha. Te acuestas por la noche y el clinc, clinc o el plop, plop de las gotas que pierde el grifo no te dejan conciliar el sueño. Te levantas a cerrar la llave de paso y te pasas un rato calculando lo que te va a costar la tontería. Gratis no te va a salir, pero tranquilo, que fontaneros hay un montón y aquí no hay etiquetas, no hay precios. Bueno, sí que hay, hay un listado, pero… bah, ¡qué más da! Con lo jodida que está la cosa… Tu le dices —30 euritos tengo—, y seguro que traga. — ¿No ves que hay competencia, Carmen? Pues eso, la ley de la oferta y la demanda, esto nos sale tirao —le dices a tu mujer.
Si lo que se te estropea es el manguito del coche, no regateas. ¡Hay tanta gente reparando en garajes particulares de extranjis! Estos hacen el trabajo por “la voluntad” y tú le das esa voluntad sin sonrojarte siquiera.

La lista sería interminable. Informáticos, electricistas, albañiles, profesores particulares, modistas… Todos malvendiendo sus productos y sus habilidades, todos rebajando y rebajándose, para poder llenar, una semana más el carro de la compra.
Conozco a personas, que llevan toda su vida dejándose la piel en el empeño de conseguir un comercio de calidad para nuestra comarca. Han promovido decenas de cursos de capacitación, de escaparatismo, de modernización, de fidelización… No hay tu tía. Hoy en día, el éxito es sobrevivir, y para ello no hay que hacer cursos, sólo hay que bajarse los pantalones cada vez un poco más. Casi todos somos ahora más pobres que hace unos años, pero eso no nos autoriza a humillar a nadie, por el hecho de que ese alguien, se encuentre tan desesperado como para trabajar casi de balde, por cantidades cada vez más indignas, tanto, que dan ganas de responder a lo Cela. No en su faceta de hacer el trabajo gratis, sino en la de enviar a los responsables de todo esto a hacer puñetas, que en eso D. Camilo era único.

Porque… ¿tiene la culpa usted? ¿La tengo yo? Puede que algo. Sin embargo, pagamos mucho, muchísimo, para que nuestros dirigentes dirijan. Sin embargo, esta semana nos han confirmado, que sólo hay un país, Rumanía, en el que hay más pobreza infantil que en España. El coordinador español del equipo de estudios de Cáritas, ha dicho que “rescatar” el medio millón de hogares en España que no tienen ni un céntimo de ingresos, costaría la mitad de lo que le va a costar al Estado rescatar las 9 autopistas ruinosas, trazadas y construidas sin criterio y racionalidad alguna.

Ya está bien de que nos “jodan de capricho”. Si somos putas, que nos paguen. Porque la crisis no solo hace que nuestra vida sea más precaria, además nos falta el respeto a todos.

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