¡Ya empezamos la mañana!

Vengo de tirar las llaves del coche al contenedor de papel y cartón. Así, como lo cuento.

No ha sido premeditado, claro, ¡ya sé que el metal no va en ese contenedor! Pero cuando empieza así el día, no puedo evitar ese pensamiento gris marengo que dice… veremos cómo acaba.
Hace algunos años me quité de ser supersticiosa –mantengo alguna, (superstición) más que nada por nostalgia– pero hay momentos en los que “el monstruo” vuelve a mí. Y eso fue lo que me sucedió ayer.
Después de una jornada normal, que a algunos les podría parecer maratoniana, pero que es lo habitual para la mayoría (gajes de la enloquecida época que nos toca vivir), me dispuse a realizar la última tarea del día –la última fuera de casa, claro–. La compra diaria.
Personalmente, considero que la compra diaria es un fracaso de planificación, pero me gusta el pan del día… ¡a ver qué hago!
Que no, que si lo congelas no queda igual, que no me convence… ¡Que he dicho que no! Y luego está ese olor del pan recién horneado, hmmmm… Total, que por el pan, por un olvido, por un pito o por una flauta, compro al día.

Comprar al día tiene ventajas y desventajas que ni me planteo, igual que los que vendieron –o mandaron vender–, las preferentes de Bankia, que no pensaron más que en la pasta, más pasta, venga pasta, pero no del “Gallo”, sino de la que se puede esconder en Suiza.
Estoy ansiosa por ver qué va a pasar con nuestro ex-ministro de Economía, Rodrigo Rato, que fue presidente de la entidad y que está, además, imputado por el caso de las “tarjetas opacas” de Caja Madrid y por los indicios que apuntan a la existencia de un elevado patrimonio en el extranjero. ¡Tela nuestros representantes!

Ya me he desviado, estaba contando lo que me sucedió ayer. Voy.
Pues resulta que justo antes de entrar al supermercado, meto la mano en el bolso, para sacar la moneda de plástico que utilizo para coger el carro y al hacer el ademán de sacarla, se me cae un espejito de mano y se hace añicos. ¡Madre mía! ¿Cuántos eran, siete años de mala suerte…? ¡Ah, noooo… que ya no soy supersticiosa!

Así que me levanto esta mañana, recojo unas cajas que tenía que tirar, aparco como Dios manda –cosa que no suelo hacer– y tiro las cajas, las llaves del coche y porque no tenía más cosas en las manos.
Se me ha quedado una cara, que no he podido ver (no tenía espejito) pero que puedo imaginar, porque un chico que venía por la misma acera se ha parado a preguntarme qué me pasaba y si me podía ayudar.

La gente en general no es mala, la mayoría suele ser realmente amable e incluso honrada (una cualidad, no tienen por qué ser excluyente de la otra). Ahora bien, como estoy de mal humor, me da por pensar que si en lugar de ser una mujer de metro sesenta y cinco (gracias a los 5 centímetros de las botas) el que se queda parado mirando con cara de lelo el contenedor, hubiera sido un vendedor de pañuelos nigeriano, negro como el chocolate con “sabor adulto” y grandísimo… ¡otro gallo le hubiera cantado!

Sin embargo, el hombre al que me refiero, el nigeriano Peter, conocido como “Pedro” en los alrededores de Triana, donde reside. El que ha devuelto un maletín con 3.500 euros, es médico. En nuestro país no se le reconoce, pero es médico. Tiene educación, estudios y un alma tan grande como él mismo. Es un hombre especial, ¡qué pena ¿no?! Lo que él ha hecho debería ser lo habitual, no la sorpresa.

A Pedro no se le ha pegado ningún “vicio” de los gitanillos de Triana, como no sea la gracia. Claro, que también puede ser que –puesto que se pasa las tardes en la universidad, estudiando para homologar su carrera– no vea la tele y no conozca las prácticas de robo que se llevan a cabo por doquiera que miremos en nuestro querido país.
Si yo fuera una empresaria afincada en Sevilla, no me lo pensaría.

¿Honrado, con estudios e idiomas? Ya querrían muchos políticos…
Seguro que el PSOE sevillano lo propone como Rey Baltasar este año. Pienso que sería mejor que le dieran un empleo, y los de IU un piso de esos que se han repartido entre todos. El de Tania, la “novia de”, o el del padre de Tania, o el del hermano de Tania, o el de su tío.…
Le deseo todo lo mejor, pero, en honor a la verdad —y con gran sentimiento de culpa y vergüenza– debo admitir que, quizá, tampoco yo me habría parado a ayudarlo sin conocer su perfil, como decimos ahora.

Es para reflexionar.

P.D. Hoy es día 13… ¡Yo no digo nada!

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