El meu cartell

Sol, mucho sol. Color de trigo. El aire avienta perfumes y levanta castillos de fiesta. Ronroneo de bandas, marchas, tonadas que languidecen bajo los puentes. Es la víspera de la Gloria y la Peñya el Bon Humor se va colapsando. Sofoco de sábado abrileño y gentío, conversaciones que van subiendo el tono, sonrisas sin mácula, apretones de manos y besos. Me tiembla el párpado izquierdo. Empieza a apoderarse de mí un incipiente pánico escénico. Entran las autoridades. Miro hacia la ventana y tomo aire. El papelito que llevo enrollado en la mano empieza a humedecerse  y temo que el sudor anegue el texto que voy a leer. Creo que va a empezar el acto. El presidente, don Armando, toma posiciones.  La concurrencia se percata de lo inminente de su intervención y baja el tono hasta que a la sala la invade un silencio de sepulcro. Alea jaca est y cambio el folio de mano para preservarlo de la humedad. Palabras iniciales.

Me llenan de admiración las personas que son capaces de empezar de la nada para acabar hilvanando un discurso coherente delante de tanta gente. Antes de destapar el cartel, homenajes. Don Miguel lleva treinta y cinco años de gloriero de la Penya. Al día siguiente tuve el privilegio de ser uno de sus ayudas de cámara. Don Miguel se deja hacer y vestir subido en una banqueta. Don Miguel tiene ochenta niños felices en su mirada. Una placa conmemorativa deja constancia de su récord que recoge tembloroso con las manos menudas y blancas.

Ahora me tiemblan los dos párpados, arrítmicamente. Palabras para Sant Jordiet ante la mirada con brillos del Greco de sus padres.  A San Jordiet que intuyo le desborda un poco la situación, talmente como a mí, le regalan un libro de considerables dimensiones. Una versión cumplida e ilustrada de El Principito de Saint Exupery. Me distraigo pensando en el buen gusto del agasajo. Y llega el momento.

En el fondo envidio profundamente a las personas, a los cien ojos que me miran y me gustaría estar allí, haciendo bulto con ellos. La cortinilla se mueve y queda entre dos aguas atrapada en mitad del dibujo. Don Armando ayuda al descorrimiento y explota con violencia el himno de fiestas. El pudor, la vergüenza, dan paso a una desbordada emoción que apenas puede reprimirse y canto el himno a  grito pelado, un poco por simpatía y otro poco por templar nervios. Y despliego el folio mondo y lirondo y prefiero no mirar al respetable. Afortunadamente las letras siguen en su sitio. Me siento obligado a leer en valenciano, qué menos, y arrastro las eses y envuelvo las elles con la lengua intentando evitar el engolamiento. El papel también tiembla al ritmo de mis párpados.

Un estruendoso silencio acompaña mi tabarra y voy tranquilizándome a medida que voy llegando al final. Agradecimientos, buenos deseos y un Visca Sant Jordi que parece percutido por un gallo afónico.

   Todo pasa y un subidón de endorfinas  me sume en un plácido bienestar. Llega el momento de la reflexión.  Alcoy es un evento constante y los alcoyanos responden solidariamente rompiéndose las manos. Decía don Eugenio D’Ors que en Madrid, a las ocho de la tarde o das una conferencia o te la dan. Eso es que don Eugenio no conocía Alcoy porque aquí no sólo una conferencia, sino una obra de teatro, un concierto, la presentación de un libro o, como es el caso, el descubrimiento de un cartel. En esta ocasión me ha tocado a mí dar el “cartelazo”. Mil gracias a todos los que estuvieron allí, arropándome y otras tantas a la Penya el Buen humor por confiarme tan alto menester.

   Bones festes y,  ahora sí, entono un alto, claro y bien temperado, Visca Sant Jordi!…

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