El ocaso de los dioses

Siempre nos quedará París, en lo que no escarmentemos. La brutalidad nos ronda y cabalga sobre las ideologías y sobre las religiones. Manda huevos que en nombre de los dioses, los que sean, se haya matado más, más atinada, refinada y esmeradamente que en nombre del propio satanás. ¿Hace una misa negra para echarnos unas risas?

Lo tengo dicho, lo he repetido hasta el aburrimiento y hasta a mí mismo me resulta cansino: ¡coño, que no revisamos la Historia, que la Historia tiene altavoces, que sólo se trata de hacerle caso, que la sangre en las trincheras habla a gritos, que las bombas y los cuchillos largos y los muertos y las hogueras y las inquisiciones debieran rondar en la memoria colectiva por los siglos! Pues no hay manera.

Circula por internet un documento en el que se explica que la apostasía es un trámite sencillo. Pues bien, desde aquí, y aunque no haya rellenado ningún formulario, me declaro apóstata, y reniego de todo lo que me haya tocado en nombre de ningún dios ni de religión alguna. ¡Quiero desbautizarme y que me devuelvan mi pecado original, que es mío!

Decía Marx que la religión es el opio del pueblo. Con lo que no contaba es con que la modorra de la droga puede espabilarse y convertirse en violencia, que viene a ser algo así como el que tiene mal vino y acaba la farra a hostia limpia. En el nombre de una entelequia, de un cuento, de un mito, se han perpetrado las mayores abominaciones. Y nosotros recortándole mortadelos a la ciencia. La ciencia, de la mano del arte (para mí), es  la solución al medievalismo, al aldeanismo y a la caspa. El conocimiento y la belleza frente a las creencias hueras. Que ya no estamos en Atapuerca, caramba,  y que de sobra sabemos que el sol no es un dios, sólo una estrella con mala leche y un poder calorífico del copón.

Días atrás, hicieron cola para salir en la foto los barandas del universo mundo en París en una manifestación sin precedente. Todos contra la intolerancia, el fanatismo y a favor de la sacrosanta libertad de expresión. Líderes como nuestro buen Mariano, dechado de tolerancia, como bien saben todos ustedes. Mariano, el amordazador, que se compra todos los periódicos del país y algún que otro canal de televisión,  en el más amplio sentido del verbo “comprar” que comprar, lo que se dice comprar a secas y según se rumorea, sólo compra el Marca. Mariano, el tapabocas que está a punto de dejar que empuren a Facu Díaz, el humorista  que comparó (con bastante gracia, por cierto) al partido en el poder, con una banda del crimen organizado. Hombre, si tenemos en cuenta que una nada despreciable cantidad de ellos están imputados, con un pie en la cárcel o en la cárcel directamente, el humorista no se aleja mucho de la realidad. Digo yo que dónde estaría don Mariano cuando secuestraron toda una edición de El Jueves.

En fin, que más conocimiento y menos opio y hagámosle caso a Nietzsche cuando dijo aquello de “Dios ha muerto”.

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