El pequeño excremento y sus grandes consecuencias

Viendo a guías hablándole a un micrófono con apariencia de oliva, ser seguidos por un nutrido grupo de personas por Sant Nicolau, me imagino, fantasioso, si se percatarán de que parece como si el animalito de la Casa del Pavo hubiera saltado a la calle convirtiéndola con sus amigos en un festivo mingitorio público, mientras sus compañeras –siempre más pudorosas- aliviaran sus vejigas en las calles adyacentes, algo más discretas.

Como le decía una chica a su novio en el Camí: “siempre que vengo a Alcoy está lleno de mierda”. Y lo decía refiriéndose a una explosión fecal cubierta por un cartón, “por los niños de la guardería”, se excusaba el chico refiriéndose a la protección.

Este fenómeno social ya sobrepasa la necesaria legislación municipal y el correspondiente equipamiento. Este fenómeno junto al índice de alcoholemia o la tasa de suicidios son indicadores de malestar social por impotencia.

Evidentemente no estamos hablando de si me regalan o compro un perro como tampoco de si debo o no debo tomarme una cerveza al mediodía, estamos hablando de las grandes y bruscas oscilaciones de población canina, es decir, la búsqueda de afectos incondicionales y dependientes, indicativos de la caída de la solidaridad o el afecto entre humanos.

Más allá de oportunismos consistoriales de recurrir a lo fácil, las multas, o aprovechar la ocasión para intentar colar de costadillo un servicio policial de los más controvertidos: la policía de barrio, preguntémonos que sucede cuando llamas la atención a alguna persona de las de correa. En Roger de Llúria requerí a un joven por la cascada que fluía de sus perras, su reacción fue la de sacar pecho dedicándome una mirada como si le hubiera llamado la atención por una fruslería o insensatez.

En Santa Rosa cerca ya de la rotonda, dos señoras permitieron a pleno sol el alivio de su perrita junto a las terrazas para, supongo, amenizar la picaeta de unos clientes que asistían impávidos al derrame, ellas de natural pecho henchido estiraron el cuello en autoafirmación frente a mirada reprobatoria.

Para no hablar de La Cordeta convertida en vertedero o de los escalones de, otra vez, Roger de Llúria embadurnados a conciencia con maloliente “pintura” marrón cien por cien ecológica. ¿Continuo?

Antes de que tanta extensión fecal se convierta en un nuevo chascarrillo en futuras ediciones de monólogos de alcoiania, habrá que pensar en el por qué se incrementa el número de personas que se ciscan en su pueblo. Será por aquello de temerosas de agarrar el toro por los cuernos prefieran comerse los higadillos unas a otras, será por las “travesuras” de quienes han crecido sin madurar, será…

Quizás si nos olvidamos de ensoñaciones lisérgicas de pasados tan ostentosos como falsos al extirparles el movimiento obrero –por inoportuno- o el cantopinyó -por atrevido.

Quizás si pensamos en un ahora no necesitado de lazarillos con pajaritos de diseño, rosas sin fragancia social o naranjas variedad IBEX35.

Quizás entonces, el tren de un futuro para nuestros hijos y nuestras hijas que, hoy, bosteza aburrido en la estación Sin Porvenir, pueda partir feliz hacía destino: estación Dignidad, vía solidaridad.

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