Entre todos la mataron

Hace poco más de treinta años el ministro Enrique Barón anunciaba la continuidad de la línea férrea Alcoy-Xàtiva. Ayer, el alcalde de la ciudad, Toni Francés, manifestaba en Radio Alcoy que la línea pende de un hilo, al no haberse renovado la declaración de interés general para este transporte público con más de cien años de historia. El salvoconducto que desde 2010 mantiene el servicio se renueva cada dos años. Y, en estos momentos, está caducado.

Estamos como el primer día. Entre estos dos hechos hay tres décadas de agonía, en las que nada ha cambiado, poco ha mejorado el trazado que une una treintena de pueblos y presta un servicio que deja mucho que desear. Verdaderos ríos de tinta se han vertido en este tiempo hablando del trazado, de la necesidad de inversiones, de su importancia para la economía y los propios habitantes de las comarcas por las que transcurre. De los olvidos, agravios y abandonos se ha dicho todo, se han buscado y señalado a los culpables: la administración central y la autonómica que no han movido un dedo y, mucho menos, invertido el dinero necesario para hacerla competitiva.
El tren sigue tan condenado a muerte como treinta años atrás. Y ahí anda, en el corredor de la muerte. Esperando.

A esta situación hemos llegado por la desidia de nuestros gobernantes, sí, los del Gobierno Central, los del Autonómico y también, por los de los locales, que solo alzan la voz cada año, cuando se publican los presupuestos y advierten que no hay dinero para inversiones. El revuelo dura unos días. Hasta el siguiente plazo. Pero algo de culpa, piénselo, hemos tenido también nosotros, los ciudadanos.

Todo esto me hace recordar que hace unas semanas asistí a una cena en la que alguien sacó el tema a colación y uno de los presentes dijo no importarle lo más mínimo que el tren siga en marcha. “No lo he usado nunca, por mí que lo cierren”, afirmó categóricamente. Sorprendido, traté de explicarle la importancia del servicio y de su error. Pero nadie más le rebatió su postura, para mayor asombro. Puede que esa posición de indiferencia no sea tan extraña para un tren del siglo pasado. Pero quizá también esa indiferencia que ha ido calando poco a poco, sea la causa por la que, en 30 años, nadie haya hecho nada, de verdad, por salvarlo. Penoso.

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