La saga de los Bofarull

Cuando te refieres el apellido Bofarull, especialmente en las comunidades de habla lemosina, lo relaciones inmediatamente con el Archivo de la Corona de Aragón. Pero no nos equivoquemos, si echamos un vistazo a la lista de archiveros desde su fundación, encontramos no uno con ese nombre, sino dos e incluso tres. Se tratan de Prospero de Bofarull y Mascaró que ocupó el cargo desde 1814 a 1849, con un breve paréntesis de cuatro años; su hijo, Manuel de Bofarull y Sartorio, le sucedió de 1850 a 1892 y, tras una pausa de unos meses aparece Francisco de Bofarull y Sans que ocupó el cargo desde 1893 a 1912. Todo un siglo al servicio del renacimiento catalán. Pero como los tres Mosqueteros, no fueron tres sino cuatro, está claro que nos falta uno más y este no es otro que Antonio de Bofarull y Brocá, sobrino y primo, de los dos citados primeramente. En algún sitio dicen que ocupó el cargo de archivero durante dieciséis años, cosa imposible porque sus familiares coparon el cargo durante toda su vida. Fue: historiador, arqueólogo, filólogo, novelista, poeta y dramaturgo. Ya se sabe que aprendiz de mucho maestro de nada, por lo que tuvo que estudiar abogacía para ganarse la vida. Al final su tío Prospero lo enchufó en el Archivo en donde permaneció desde 1846, hasta su muerte en 1892.

La principal tropelía de Prospero fue coger entre sus manos los originales del “Llibre del repartiment” del Reino de Valencia y hacer estragos en ellos, tachando con una raya los asientos en los que no aparecía un nombre catalán, haciéndolos ilegibles. Después, en su serie de “Documentos inéditos de la Corona de Aragón” edito un libro suprimiendo todo lo tachado con lo que la mayoría catalana en la conquista de Valencia era abrumadora. Todo en vista a la futura estrategia “Dels Països catalans”.

Los que se basaron en ese libro, pues los originales no estaban al alcance de todos los españoles como el NO-DO, que es lo que le ocurrió al bueno de Teodoro Llorente, dió como resultado que las casas catalanas en la conquista de Valencia, capital, fueron 1018, por solo 597 las aragonesas. Circunstancia que han sabido perpetuar otros historiadores que han pecado de incautos y los adictos a la causa. Sin embargo si nos acogemos a la edición correcta del Llibre del repartiment de Valencia, las casas ocupadas en 1239 son, Aragonesas, 620; catalanas 383; y ultra pirenaicas 80. Quedando por identificar la procedencia de otros 800 personajes, que también se asentaron, y que desconocemos su procedencia gracias a la labor de Bofarull y otras causas.

Por otra parte Antonio, que editó varios libros, lanzo la idea de la llamada “Confederación Catalano Aragonesas” que luego ha derivado en “La Corona Catalano Aragonesa” en un afán de igualarse a los otros reinos de la Corona de Aragón. Cuando ellos nunca los han sido, ni parece que quieren serlo, pues cuando ahora por enésima vez tratan de independizarse optan por la republica antes que el reino.

También se le acusa, aunque solo fuese por ser el responsable de la custodia de los mismos, de la desaparición de documentos que beneficiaban a Cataluña, como es el caso del primer testamento de Jaime I, en el que aparecían claramente los limites de los reinos que componían la Corona de Aragón y que podría constituir una prueba fehaciente en caso de una hipotética reclamación, principalmente de los aragoneses. Y sobre todo al documento relacionado con la boda de Petronila, hija de Ramiro El Monje, con Ramón Berenguer IV a consecuencia de la cual Cataluña perdió la poca independencia que tenia. Recordemos que todavía era súbdita de los reyes franceses. De todo ello solo nos queda la referencia que sobre el tema hizo el historiador Zurita, al que como es lógico tratan de desprestigiar.

De todas formas he de reconocer que en todas partes cuecen habas. Aquí también desapareció el documento de nuestra Carta Puebla que de poseerlo hubiese desbaratado las pretensiones fundacionales de algunos. Aunque he de reconocer que la existencia de un documento o no es irrelevante ya que existen historiadores que los miran desde una óptica diferente a la del vil vulgo, que les permite ver lo que no dice y obviar lo que dice.

Un ejemplo claro lo tenemos en la Carta Puebla de Alcoy, en la que un erudito local obvia que dice “…repartir sus casas y heredades” y sin embargo si ve lo que no dice. Que las casas fueran las “de su término” o “nuevas”.

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