Lo que el viento se llevó

…Y, una vez aplazadas, las disculpas resultaban cada vez más difíciles de exponer, y, finalmente, imposibles…
MARGARET MITCHELL. “LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ”

Alerta amarilla, o naranja, o algo así vamos a sufrir estos días a causa del viento. Que vamos a salir volando, vaya. ¡Pues mira qué bien!
Dejando aparte los casos graves que (ojalá no) puedan suceder, el viento es, por encima de todo, molesto. No te permite andar por la calle dignamente. Con todo el pelo arremolinándose y golpeándote en la cara…, acaba uno pareciéndose a la loca de los gatos de los Simpson.

Aunque hay personas a las que les gusta caminar de cara al viento y son felices al nadar a contracorriente, desde luego es más difícil que dejarse ir. Todos hemos caminado en condiciones bajo las cuales, cada paso parece una batalla contra la madre Naturaleza. Caminar con el viento en contra es más duro que caminar en condiciones de calma, eso es de Perogrullo, sin embargo en este (y en algún otro) caso, creo que es lo mejor. Hay que andar algo encogido de hombros, en la postura de los jugadores de rugby, e inclinado hacia delante, ofreciendo resistencia, para que en una de esas no te tire al suelo o te lleve en volandas justo a donde tú no pretendías.

Si hace aire y eres mujer, se aconsejan pantalones, porque con faldas la cosa se complica. Somos polifuncionales, versátiles, capaces de desarrollar diferentes tareas o actividades de manera eficaz, pero aunque en numerosas ocasiones lo parezca, no hacemos milagros. No tenemos tantas manos como para atusarnos el pelo, sujetar el bolso en el costado, sostener las llaves del coche, llevar los papeles del banco y encima, recogernos las faldas ¿Será ese el motivo que ha llevado al nuevo gobierno griego a prescindir de mujeres en su primera línea…? Ahora sin bromas. Sinceramente, la ley de paridad, siempre me ha parecido una gran parida. Una discriminación; positiva, pero discriminación. ¡Anda que no habrá mujeres válidas! Pero que se pongan por decreto… Mire usted, no. Ni mujeres, ni hombres al tuntún. Sin embargo, me llama la atención que no hayan dado con ninguna mujer que pueda aportar algo bueno. Raro, raro… De todas formas, este es un tema muy viejo, huele a rancio y entre todas las cosas que se podrían decir del recién estrenado gobierno de coalición, dudo que este tema sea el más importante o el más chocante.

Volviendo al viento. Anoche me despertó un ruido enorme, al parecer el viento había tirado un macetero. ¡No veas el susto! Y qué rabia no poder disfrutar de ese momento en que algo te despierta de sopetón y no sabes ni qué hora es, ni dónde estás, ni cómo te llamas. En lugar de aprovechar la circunstancia para sentirte en el limbo o en el séptimo cielo —cada cual según sus preferencias— lo que sientes es un susto enorme, un pequeño shock, un “descoloque” desagradable (un mal viaje dirían los hippies sesenteros) eso… y el disgusto del macetero roto y la tierra desparramada a las tres de la madrugada. Y no calma, no. Esta mañana, al ir a trabajar, la carpa de lona, bajo la cual aparco, ya no estaba en su sitio, o sea, enganchada mediante ojales de aluminio y goma a su soporte. Estaba varios metros desplazada de ese soporte y en el suelo. ¡Jooolín con el viento!

Y luego está la jaqueca, que no falta nunca a la cita en tiempo ventoso. Como es una vieja amiga, ya sé que existen diversos procedimientos para atenuarla sin necesidad de recurrir a pastillas. Uno de ellos es la utilización de frío, mediante la aplicación de compresas en la nuca y sobre la frente, ¿frío en la nuca?, ¡qué guay si no fuera por la gripe! No quiero ni pasar cerca de la nevera, por si acaso…

Pero el que no se consuela es porque no quiere, o quizá porque no es tan inconsciente como el resto. Yo aprovecho los, afortunadamente, pocos momentos de “malestar general”, para arrebujarme en el sofá, con una manta, un té moruno hirviendo y mi libro electrónico; especial contra ventiscas y frío en el cuerpo. Porque así, entre estornudos y sonadas de nariz es como me he dado cuenta de lo útil del cacharrito en cuestión. Lo del viento no hace falta ni nombrarlo, todos nos hemos peleado con las hojas que el viento se empeñaba en pasar a velocidad distinta de lo que necesitábamos… pero hay algo peor, en mi opinión, claro. Es tener que sacar la mano de debajo de la manta, que te tapa hasta el cuello, para pasar las páginas. Hay que ponerse en situación e imaginarse a uno mismo, con los ojos vidriosos por la febrícula, la nariz como un pimiento morrón, los labios con herpes y ese frío que no te abandona, como el buen desodorante. En ese momento, en el que desde debajo de la manta, puedes darle a la tecla de avance y seguir leyendo, te reconcilias con esa anodina pantalla, sin portada, sin aroma a papel, sin peso… (Espera, eso es una ventaja, otra ventaja)
Puede que sea una impresión subjetiva, pero más de un amigo me ha comentado lo mismo: parece que leer un libro en papel está pasado de moda, que pertenece a otra época. Es más, hasta tienen la sensación de que los e-lectores miran por encima del hombro a los papel-lectores. No es justo, pero hay que ir con los tiempos. Ni se trata de culpar al viejo formato de la desertización del planeta: “Yo no quiero que corten más árboles por mi culpa…”, ni de hacerse el gracioso, cuando no el snob: “¡Ah, un libro en papel! ¿Todavía los venden?” Pero no se puede negar que resulta más cómodo viajar con la tableta o el e-reader en el bolso y sacarlo en cualquier parte, en la sala de espera del médico, en el banco, si uno está leyendo la típica novela de 1100 páginas… No olvidemos a aquellos que, aquejados por la presbicia que impone los años, si no fuera por el aumento que brindan las pantallas, les resultaría imposible leer.

Cada vez más “rara avis”, es posible que el libro en papel se convierta pronto en un signo de distinción, algo así como una delicatessen; como el disco de vinilo, pero hay circunstancias en las que no tiene rival: un regalo, unas ganas de subrayar a mano, un gusto por la portada, el deseo de que te lo firme el autor…

A mí me gusta leer en pantallas, y me costaría vivir sin mi libro digital, pero también adoro el formato clásico. Por eso deseo que convivan los dos y que por mucho viento que haga, el tiempo no se lleve al libro.

P.D.

La frase de Margaret Mitchell, referida a Scarlet O’Hara, es para leerla más de una vez y de dos.

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