Los políticos quieren salvarse

Y es que quieren hacerlo para librarse de la quema de la indiferencia por parte del electorado porque los políticos están en su peor momento, o sea que el glamour de antaño o los altos vuelos gloriosos de la necesaria política, en la actualidad anda entre tibiezas, o desengaños, o desconfianzas, o póngale usted los horribles calificativos que quiera.

Desde sus sedes de la capital del reino, o sea, calle Génova para los conservadores o calle Ferraz para la izquierda nostálgica, perdida en sus propósitos y quimeras, allí, en sus despachos de brillo y poderío, las cúpulas de ambos partidos van programando el firmamento de la seguridad para que quede realzada su labor ante la realidad escéptica de la ciudadanía que está sufriendo la amargura de la desilusión tanto tiempo ya en el rastre de no cumplir las promesas electorales como una quiebra del fervor depositado por los que nos gobiernan y el pertinaz inmovilismo de la oposición, que parece renuncie a la fuerza luchadora de sus ideales.

Y así queda dictado por los mandamases que quieren librarse de tanto desafuero estremecedor, con tanta señal entorpeciendo su labor por las circunstancias desfavorables de la crisis que va acumulando el desorden de los calificativos ruines hacia la clase política. Y ellos, los dos partidos que son los perjudicados ya que van absorbiendo el triunfo de sus mayorías, te montan para un fin de semana el puro relumbrón fastuoso de una propaganda encaminada hacia todas las regiones.

La izquierda, o los socialistas realzados, asumen que es una “conferencia política” y en el fragor de las palabras mantienen cara a los suyos la gran medida, pues dicen que han digerido los errores pasados, lanzando el “mea culpa” como un acto de contrición al gran nivel de las audiencias, ya que para eso se ha programado el acto y también para consolidar el avance hacia la alegría de los buenos tiempos. También tiene que despertar el clamor del entusiasmo en una celebración apropiada y para ello se lanzan las proclamas de los proyectos, el estado del bienestar por recuperar, rebajar los impuestos para la gran mayoría de contribuyentes mileuristas como un fundamento estelar, todo ello con el fin de fortalecer la credibilidad hacia un partido en el tiempo de su decadencia.

También los conservadores usan de la estrategia de los saraos verbales. Una fanfarria de palabrería para aligerar los atropellos hacia el Jefe con tanto Bárcenas conspirando con maestría desde su celda y el festival de sobres con el dinero percibido de la caja B, las acusaciones de las corrupciones, lo esperpéntico de la pillería disimulada y para colmo de males el ex presidente Aznar lanzando sus dardos dialecticos a la labor de don Mariano. Claro está que para fortalecer su labor están los incondicionales, los fieles sumisos que buscan verse pagados viendo sus nombres en los primeros de las listas para las próximas elecciones. Allí se refunden los abrazos y las sonrisas y los aplausos en plan estratégico. Porque todo se salva en la duración de un discurso, como si se tratara de una alocución para unos Juegos Florales. Es un eslabón que se conquista dentro de una perfecta apoteosis que se va percibiendo en estos actos que se programan –igual los de la izquierda que de la derecha – pues van dirigidos hacia la gran protagonista que es la televisión para la hora estelar de los telediarios.

El ciudadano oye a sus políticos con sus palabras de ceniza en un tiempo real de desesperanza y frustración: el paro como catástrofe nacional, los recortes siempre en la línea de los decretos y la pobreza que marca su fatalidad en una mirada que va descubriendo ese infortunio hacia los comedores sociales. Pero ellos desde sus tribunas quieren salvarse de la indiferencia que los hiere y desconcierta. Para apremiar una victoria sus asesores elaboran un plan cara a un fin de semana: el fundamento radica en ofrecer optimismo dentro de la narrativa de sus discursos y así poder librarse de la mala fama adquirida. Siempre estamos con la misma cantinela. Y es que en estas circunstancias el remedio no radica en el tiempo glorioso de una convocatoria contemplada solo por la vanidad y el eco de sus propios protagonistas. Hace falta más esfuerzo y tesón, decir toda la verdad y perpetuarse en el puro servicio hacia el ciudadano. En resumidas cuentas, es el ejemplo el que ilumina y favorece, las palabras solo aniquilan el fervor porque no cumplen lo prometido en los actos de propaganda que los políticos cuidan con tanto esmero.

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