Luz al final de la casta. RODRIGO PAÑOS JIMÉNEZ. Licenciado en filología hispánica.

Dos conclusiones tras los datos que han salido a la luz en las últimas semanas: una buena y una mala. Primero la mala: seguimos caminando económica, política y socialmente hacia el subdesarrollo, la injusticia y la desigualdad.

En lo económico, este mes de agosto nos hemos enterado de que debemos un billón de Euros en concepto de deuda pública, un 98% del PIB. Cada uno de nosotros, incluidos niños y recién nacidos de todo el estado español, ya debe aproximadamente 21.700 €. A la par, leemos que los grandes bancos (Santander, BBVA, CaixaBank y Popular…) hacen caja (más, si cabe) especulando con la deuda pública. A su vez, el ministro de economía admite que tienen previsto recortar 40.000 millones de € durante los próximos años. Eso sí, para derrochar en industria armamentística sí que hay dinero: defensa ha decidido este agosto gastar más de 900 millones de €, que se suman a la desorbitada deuda pública («casualmente», dicho sea de paso, nuestro ministro de defensa es uno de los principales accionistas de la industria militar privada española). Espeluznante.

En lo político: más casos de corrupción. El caso de la familia Pujol, que ha sido tapado durante décadas, por cierto, con la complicidad del PP y el PSOE. ¿Qué más chanchullos no estará haciendo la casta de espaldas a la ciudadanía? Por otro lado, el PP ha sacado las cuentas electorales y, para perpetuarse en el poder, quiere cambiar las reglas del juego antes de acabar la partida que está perdiendo: pretende que las alcaldías pertenezcan a los partidos que obtengan el 40% de votos. Cuando la casta no viola directamente la ley (como cuando la policía recibió órdenes de disolver «a palos» la manifestación pacífica a la visita de Merkel en Santiago) la cambia a su gusto: por ejemplo, informa eldiario.es, ahora tiene en mente prohibir las manifestaciones de los funcionarios públicos. En resumen, lo poco que tenemos de democracia por la borda.

En lo social: según Eurosat, seguimos con un paro estructural que roza el 24’5% (su leve descenso se explica, entre otras razones por los exiliados económicos que se van del país, por los que no se registran en la seguridad social y porque se está incentivando el modelo «ciudadano de usar y tirar» (la contratación por horas)). La EPA confirma el alarmante incremento de excluidos sociales, más de 2 millones de españoles posiblemente ya no vuelvan a tener trabajo en su vida. Mientras que el director de Iberdrola cobra 42.000 € diarios, los ciudadanos vivimos una subida del precio de la luz imparable (el 17% este mes de julio). En los últimos años, informa el INE, España ha perdido más de un millón de jóvenes, por supuesto, los más preparados. Según el índice de desarrollo humano de la ONU, España cae 14 puntos en Estado del bienestar desde el comienzo de la crisis a la vez que, informa público.es, los dueños del IBEX 35 son un 60% más ricos desde que gobierna Rajoy. Lo dicho: hacia el subdesarrollo, la injusticia y la desigualdad.

Y ahora, por fin, la conclusión buena. Todos estos hechos, aunque son en buena parte silenciados por los grandes medios de comunicación, los ciudadanos los perciben y van conformando una amalgama de razones y emociones que llevan a unir política y socialmente fuerzas y voluntades. Ya lo dijo Carolina Bescansa, promotora del proyecto Podemos, «los que estamos en contra de los recortes y de la corrupción estamos condenados a entendernos». Lo estamos viendo en Barcelona con la plataforma Guanyem Barcelona, en la que están confluyendo todas las fuerzas políticas, plataformas, organizaciones y personas que están a favor de la democracia (tanto procedimental como sustantiva) y en contra de los recortes y la corrupción, con la idea de conformar una candidatura única, abierta, popular y participativa (que está aprendiendo mucho del método Podemos) de cara a las siguientes elecciones autonómicas y municipales con el objetivo de echar a la casta y lograr que gobierne el pueblo. Igual que en Barcelona, el proyecto se está expandiendo a otros municipios, Madrid, Córdoba, Valencia, etc.

Poco a poco vemos cómo la indignación de una ciudadanía legal e ilegalmente machacada se va transformando en la necesidad de confluir por un cambio de gobierno y por un cambio en la forma de hacer política. Y lo mejor de todo es que conforme avanza este proceso, la esperanza por el «sí se puede» que se respira en la coyuntura está generando una espiral de ilusión contagiosa.

De esta forma estamos asistiendo al amanecer de un sujeto político que posiblemente sea el protagonista de la regeneración democrática que tanto urge a nuestro maltrecho Reino de España.

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