Nada. Ello dirá

Hoy tengo el día divagador y disperso y mucho me temo que rezumaré verborrea de mercadillo. Ello dirá. Hoy es martes y llueve con encono, casi avariciosamente. El día está feo y poco propicio para patearse la calle, menester al que me veo obligado día a día desde hace una eternidad. Llevo años mirando adoquines, asfaltos, –que suelo doblar la cerviz como los toros descastados mientras camino– y pequeños milagros de la resistencia natural: hierba o flores abriéndose paso entre el cemento. También papeles volanderos y confetis supervivientes de las fiestas pasadas, chicles como mojones en trance de fosilización o colillas de tabaco de liar, rastro inequívoco de lo devastador de la crisis. Ya quedan pocas gordezuelas, lustrosas colillas color naranja que el tabaco liado está a precios prohibitivos. Bien, ya se lo advertí: divagador y disperso.

   Nueve de la mañana. Tomo posesión de mi palacio de invierno en L’Autentic. Cortadito consuetudinario y aluvión de noticias en la tableta, de la que no me desprendo hasta que se me muera de obsolescencia programada. Poco le queda. Afuera sigue llorando el aire con más furia que desconsuelo. Me rodea el vaho de los cristales. En un diario digital veo la foto siniestra del carnicero de Legazpia, de Juana Chaos. Vientre abultado, cervecero, manos en los bolsillos de las bermudas, canillas marmóreas de chisgarabís y careto agriado como de alimaña defendiéndose del sol. Veinticinco muertos en su haber. Veintiún años de cárcel. Menos de un año por asesinato. Regenta una licorería de mala muerte en Chichiriviche, Venezuela. Aún está en la memoria colectiva la foto de su huelga de hambre, tumbado en una cama y metiendo tripa. Eso no tiene mérito ninguno. Eso lo hago yo todos los veranos en la playa de Campello cuando pasa cerca una zagala de buen ver y mejor palpar y marco costillar más aparatosamente y con mayor solvencia. El reportaje dice que hay etarras a manta de Dios escondidos o de vacaciones por todo el mundo conocido. Tanta lucha, tanto gudari, tanta masacre, tanta independencia para acabar de cantinero en Venezuela o de mamporrero en Cabo Verde, que hasta allí llega algún carnicerito con txapela.

  Sigo moviendo la pantalla y me encuentro  con una núbil y pulquérrima dama denunciando la atroz persecución a la que fue sometida por el tremendo profesor, Pablo Iglesias por llevar unas “perlitas”.  Al parecer, el muy mastuerzo la suspendía por adornarse con collares de perlas. Ahora, doña María de las Mercedes Pérez González, ya repuesta de tan traumatizante trato vejatorio, se ha convertido en la proba alcaldesa pepera de Redueña. Pero, María de las Mercedes, mujer, ¿ cómo se le ocurre a usted lucir perlas delante de un monstruo comunista? A la clase de semejante sacamantecas se va con greñas, pantalones rotos y tanga de esparto asomando por atrás. Lo raro es que no la metiera a usted en un gulag  directamente. De la sarta de memeces con las que los adversarios políticos sacuden al partido de nuevo cuño (y mira que a mí, desde lo del “tic-tac” y el “Pantuflo” me han dejado más que frío y replanteándome algunas convicciones) ésta es la más descacharrante, desopilante y surrealista de todas. Este tenía que haberme dado clase a mí. Mi torpe aliño indumentario y mis trazas de marginal poligonero se merecían sobresalientes cum lauden, como poco.

   ¡Quietos hasta ver…! Son las 9.30. Un parroquiano está a punto de soltar El Nostre. Adopto posición de ataque, me levanto con rapidez felina y me hago con el ejemplar. ¡ Qué bien huele! Una de las noticias que más poderosamente llama mi atención es la de que el Ayuntamiento de Alcoy, después de tantos años y a poco de las elecciones municipales,  ha llegado a la conclusión de que las aceras del centro tienen más peligro que una pista de patinaje y son susceptibles de recibir en su pulimentada superficie, hostiones como panes. Sobre todo cuando llueve, nieva o hiela Dios sobre la tierra.
De modo que están probando un antideslizante para, en lo posible, evitar mayores descalabros. ¡Caramba!, ¿no han tenido cuatro años éstos, y otros tantos los otros y los otros,  para ponerle remedio a la obra entre faraónica, macarra y megalómana del alcalde Sanus que, al parecer, se quedó tan ancho gastándose una pastizara en forrar el suelo con mármol bruñido. ¡Que viva el rumbo y el tronío, que Alcoy no es el palacio de malaquita de Rubén, pero casi!

   En fin, divagador, disperso y embarullado, me dan las diez y me meto de bruces en la gasa de la lluvia, camino del estudio a intentar darle forma a este galimatías. Aquí les queda.

Addenda: El título que encabeza este escrito, no es mío. Es de la estampa no 69 de “Los desastres de la guerra” de Goya, mayormente lo aclaro para que no me llamen copión.

Send this to a friend