¡Opérense!

Cada vez veo menos.

No es que haya sido nunca un lince, pero gracias a una operación láser, llevo veintipico años sin necesidad de gafas, lentillas, ni hacerme la loca para disimular que no he visto a alguien. Pero ha llegado el temido día, ese día —que me vaticinaron allá por el año 1993— en el que volvería a necesitar de ayuda ocular. ¡No veas los profetas!
No ha sido de la noche a la mañana, pero un día me percaté de que las cosas no tenían el mismo color. Ya, ya sé que eso le pasó a todo el mundo durante la legislatura de Zapatero, pero me refiero a que mi vista no era tan nítida. Vamos… que se me ha puesto una mirada de lo más interesante a fuerza de mirar entrecerrando los ojos, como hacía Marilyn Monroe, miope de pro, como muchos otros personajes famosos a lo largo de la historia.

Marilyn necesitaba gafas para poder ver correctamente, pero únicamente las utilizaba en la intimidad. Este gesto de coquetería, que es además un mal hábito, incluso le llevó a estar a punto de rechazar su participación en una de las comedias más ambiciosas de la época: “Cómo casarse con un millonario”. Marilyn debía interpretar a una miope rubia y despistada que no usaba gafas cuando estaba con hombres, un papel que no le agradaba por ser demasiado parecido a ella.

A mí eso no me ha pasado nunca. Antes de aperarme, yo no usaba gafas por coquetería, pero ni con hombres, ni con mujeres. Creo recordar que no me las ponía ni cuando estaba sola y no porque no las necesitara, que sí y mucho. “Por estética” —decía yo, “porque eres tonta” —decía mi madre, con toda la razón.

El caso es que me operé, aproveché que el barco “operador” ruso se había ido a otros puertos (¿recuerdan?) y me lancé a operarme, en clínica tierra adentro, con láser, ¡siempre he sido una valiente, pero no tanto como para lo del barco!

Así que allí estaba yo, en la clínica, con un aparato que me impedía cerrar el ojo y una gota de anestesia bailando en la superficie de mi globo ocular. El doctor me dijo que mirara el punto rojo (que era el láser) y al instante, empecé a oler a piel de pollo churruscado. Juro que da una grima importante y que me dieron ganas de salir huyendo por la ventana en plan Homer Simpson.

Pero todo duró unos pocos minutos y al salir de allí, ya me percaté de que veía mejor que con las lentillas, y eso que llevaba los ojos vendados y solo tenía un mínimo resquicio entre el vendaje para poder comparar.

A los dos días, después de la revisión me di cuenta de que las montañas no eran planas, sino que tenían relieve. Cuando fui a la playa, miré al mar, y al fondo de lo que me alcanzaba la vista, aún distinguía la cresta de las olas. Y me convencí de que el tema de la vista no es una cuestión de estética.

Hay una desventaja, no obstante; recuperas la vista normal también de cerca, es decir, te quitan esa maravillosa visión-lupa que da la miopía. Solamente un miope de gafa de culo de vaso, es capaz de acercar la yema de un dedo a los ojos y distinguir a la perfección la huella dactilar sin tener que mancharse de tinta. Es como un superpoder del miope. En mi caso que ya me llega la presbicia, se echa mucho de menos… Venga, en honor a la verdad y para que los ópticos no se enfaden, diré que hay otra desventaja; el trabajo sobre el cristalino, puede provocar que por la noche las simples luces urbanas te parezcan una discoteca. Es un festival de destellos que antes no veías y que a la hora de conducir, no ayudan, la verdad. Por lo demás… ¡que viva el láser Excimer!

Sin embargo, el sueño se acabó, ya no veo como antes, así que, de vuelta a la lentilla y a no poder echarme a dormir sin quitármelas antes. Otra vez a tener cuidado en piscinas o playas, no salgan flotando. De nuevo a cargar con lágrimas artificiales porque el ojo se seca… ¡Un rollo que no veas! Y que nadie me hable de la opción gafas, si no pudo conmigo mi madre, no hay tutía.

Antes hablaba de la presbicia, ese defecto que nos hace, con la edad, ver mal de cerca. He leído en algún sitio, que la presbicia también puede ser una cuestión puramente mental, o sea, personas que miran a lo lejos, rehusando ver lo que tienen justo enfrente. De esas personas tenemos en Alcoy montones, de todas las edades. A esas personas les doy un consejo; pidan cita urgentemente, háganselo mirar, ¡Opérense!

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