Perfil gris del verano

Ya está aquí otra vez, bullanguero y trivial, el verano. Como un rito tentador que marca la voluptuosidad de una estación gozosa de luz, con las tardes largas, el paisaje bucólico, los árboles mostrando sus frutos y un sol de justicia castigando la vehemencia de sus ardores.
Este es el extremo de la estación veraniega: el calor que azota sin misericordia sobre los cuerpos en las mañanas tórridas, o cuando la tarde en sus primeras horas exhibe su fulgor sin réplica. ¡Qué tristeza contemplar la calles solitarias de las ciudades en la hora de la siesta! ¡Qué pena produce la pobreza en los meses de estío cuando no tener posibles margina más profundamente al que lo padece!

Un escritor amigo decía que el verano le producía desazón, quizás en vista de tanta alteración social que sufre la sociedad. En mi infancia de hace sesenta y tantos años el mar estaba inalcanzable a cincuenta y dos kilómetros de esta bendita ciudad, pero todo se redimía en una pura conformación que era general en los tiempos oscuros de la época.

O sea, que no existía la depresión, porque ignorábamos la palpitación de otros paraísos, el ejercicio de comprobar otras veleidades satisfactorias para el cuerpo y espíritu que tanto gustan percibir. Vino el consumo y la complacencia de visitar el mar se instaló en los hogares. Ahora, con la crisis atroz que permanece inalterable pese al canto de sirena de los políticos, el verano se sumerge en estrepitosas languideces para muchas familias con todas las catástrofes anímicas y sombrías que ello representa.

Melancolía para otros, los más desfavorecidos. Los que tienen posibles sí que disfrutan de la utilidad gozosa del verano, exponiendo sus cuerpos al placer de los sentidos. También la clase política, necesita de estos meses para renovar las energías, o sea, consolidar sus esfuerzos en una tregua aleccionadora para disipar los malos tiempos o los infernales presagios de derrota que, dicen se avecina para la derecha instalada en el poder. Por eso a don Mariano, los suyos más cercanos y en confianza, lo notan crispado, alterado, o sea, de mala uva. Él que tiene fama de paciente, calculador, endulzado en el tiempo de la espera, usando la pericia de su tierra gallega de “verlas pasar”, los políticos de ahora, los de nueva hornada, los de la revolución callejera y el verbo filtrado en realidades y denuncias para un cambio necesario en las instituciones, son para el político algo más que desencontrados adversarios. Y este verano en vez de ser lozano y subyugador, con el mar como bálsamo eficaz para sanar viejas heridas, ellos, los políticos de la derecha perdedora están heridos de lamentos victoriosos ante una posible hecatombe electoral que se avecina. Para remediar en lo posible lo que dictan las encuestas querrán emplear el tiempo del estío en buscar las estrategias para convencer al desilusionado electorado con las armas de siempre; la persuasión y el miedo. Todo calculado a fuego lento, con reuniones a todo trapo en la calle Génova, con el verano azotando la racha de calores y desasosiegos, y ellos buscando decisiones milagreras para enamorar e ilusionar al personal, que es el fin que se consigue para entrar de lleno en el éxito de sus pretensiones.

Verano gris y por lo que se percibe, de cambio. Se le ve a don Mariano con el ceño fruncido. ¿Será por los calores despiadados que nos visitan o por una decisión electoral que vendrá con el lirismo escalofriante del otoño, atisbando una posible mudanza de palacio y de poder producto de un castigo del electorado?

El tiempo breve ya lo dirá para la próxima estación otoñal. Todo ello con las circunstancias y realidades que siempre redimen, admitiendo que un nuevo curso también puede alcanzar una revolución sana para el provecho merecido de la ciudadanía.

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