Populismo

Saltan los topicazos como liebres histéricas cada dos por tres. Se ponen de moda pequeñas ferocidades lingüísticas y se les estruja la teta hasta dejarlas secas, pequeñas idioteces que corren como la pólvora, de boca en boca, de greña en greña, de político en idiota. Todo quisque se apunta a la bobalicona inercia de repetir mantras recién horneados. Inventan, además, ortopédicos eufemismos para no llamar a las cosas por su nombre o, directamente, levantan laberintos de confusión gramatical que les salve el trono, su tonta felicidad de nuevo rico, su particular estado de bienestar. ¿Se han dado cuenta alguna vez de lo contentos que se ponen los políticos cuando ganan unas elecciones? Supongo que sí. No obstante, hagan memoria. Del balcón de Ferraz, al balcón de Génova. Del de Génova al de Ferraz. Hasta la fecha, no hay más balcones. Están exultantes. Suenan campanas de gloria, se dan un baño de multitudes, se miran, se ríen, se besan, se mesan los cabellos de puro placer, de pura autocomplacencia (alguno balbucea gilipolleces pasadillo de tintorro). Tanta felicidad, no nos engañemos, no obedece a nada más que a su propio triunfo. No piensen que se muestran tan contentos porque a usted o a mí nos van a salvar de la miseria, ni porque tienen la fórmula para acabar con su paro o con el mío, ni porque van a ser capaces de parar la inercia suicida de los miles de desahuciados, ni porque saben cómo acabar con los recortes o cómo adecentar la sanidad y la educación.  Usted y yo venimos a importarles un huevo, sobre poco más o menos. Esa obscena felicidad es la erótica del poder que les pone como motos y la consciencia plena de que tienen, como poco, cuatro años para manipular, distorsionar la realidad a su antojo, envilecerse, papear banquetazos a dos carrillos, garantizarse un futuro cojonudo y trincar todo lo que puedan a golpe de cambalache.
  El último lugar común, el último tópico de recuelo, la última necedad que recorre la geografía española, a fuer del que hablaba la semana pasada, la cínica tomadura de pelo de la “marca España” es el populismo.

– Usted lo que es,  es un populista de mucho cuidado.
– Pero, doña Consuelo, si yo solo he venido a que me fíe una barra de pan, que mañana se la pago.

– Nada, nada. Populista y de los gordos.

 Entonces el palabro se expande y se convierte en pandemia y lo explotan ad nauseam sesudos tertulianos, presentadores de “teledelirios”, soldados sin graduación, tribunos de la plebe, directivos del Casal de Sant Jordi, primers trons, doña Consuelo, la panadera de la esquina y, sobre todo, los políticos en el Congreso. Los políticos en el Congreso suelen acabar su discurso-esputo con algo parecido a esto:

– “…y eso, señoría, sólo tiene un nombre: ¡populismo!”
Y vuelve a sentarse en su escaño dándole un elegante y enérgico meneo al micro, que no habrá micros más vapuleados y maltratados que los del Congreso.

La casta (otra bonita palabra que está aupándose a la categoría de lugar común) coincide en que el mayor populista,  un populista como la copa de un pino, un populista de libro es el chico de la coleta. También le dicen chavista, filoetarra, asesino, terrorista y no sé cuántas lindezas más. Hombre, si tenemos en cuenta que los dos partidos mayoritarios han tenido décadas de prometer el oro y el moro, promesas hueras que se quedaron  en humo, por no decir en mentiras y gordas, al menos concédanle el beneficio de la duda, la sacrosanta presunción de inocencia, que sólo lleva nueve meses en el cotarro.
Bien, pues hasta aquí el despotrique sabático. Espero que no les haya resultado demasiado populista. ¡Joder, qué empalago!

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