Strauss en el Calderón

Tenemos la gran fortuna en Alcoy de estar protegidos por una legión de beneméritos celadores del arte que hacen de esta ciudad un hervidero de cultura. Hombres y mujeres con una sensibilidad especial que hacen posible que el teatro, la pintura, la música, la literatura, la danza, cualquiera de las ramas del reino del espíritu sean nada menos que las señas de identidad de un pueblo (capitanía mora o cristiana al margen, claro es). No es de extrañar que mi parte alcoyana, que ya va siendo acusada, esté a caballo entre el asombro y la gratitud.

   El día dos fui invitado por la ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LA MÚSICA al concierto de Año Nuevo en el teatro Calderón, un agasajo del que estoy profundamente agradecido y en el que se sobrepasaron todas mis expectativas. Fue algo más que un concierto. Había tanta magia, tanta poesía, llegaron a tanto y de tal modo al público que la música se hizo verbo y el verbo carne y una multitud de carne estremecida se hacía sentir en las butacas. Strauss, Offenbach, Brahms se abrían paso a codazos con delicadísimas corcheas. La música organiza el silencio. Le pone andamios y balaustradas, por donde se desliza. La música es la palabra del aire, el discurso del viento. La antítesis de ese silencio en suspensión, que también es música.

   Dicen que Stendhal le puso nombre al famoso síndrome el día en que le agarró un jamacuco  de pronóstico en Florencia. La contemplación de la belleza puede generar efectos secundarios en forma de malestar general o de llanto asfixiante e irreprimible y les juro a ustedes que el otro día en el Calderón, más de uno (un servidor de ustedes, entre ellos), cuando el mago de la luz, el amigo Pep Burgos, iluminó todo el teatro a modo de finiquito, buscaba la salida con los ojos enrojecidos y la mirada beatífica y medio extraviada.

Los responsables, los músicos de la Orquesta Filarmónica de Astana que supieron sacarle virutas encendidas a todas las almas que allí se dieron cita. La soprano Aizada Kaponova, en cuya garganta hacían nido una nada despreciable cantidad de ángeles y sobre todo, el buen hacer de los AMIGOS DE LA MÚSICA que tienen un ojo clínico a la hora de contratar la quintaesencia de la belleza para uso y disfrute de todos los alcoyanos.

   Quiero acabar este artículo como lo empecé. Entonando mil loas y alabanzas a toda la gente de Alcoy que se toma la molestia de inyectar sensibilidad en vena al paisanaje. No hay día en este bendito pueblo en que no puedas asistir a la presentación de un libro, a una función teatral, a una exposición, a un concierto y eso es impagable, pese a quien le pese, sobre todo a los agoreros que no quieren ver que este pueblo está más vivo que nunca.  

    Mi más sincera enhorabuena, pues, a todos y no se pierdan el programa de 2015 de LOS AMIGOS DE LA MÚSICA, que
no tiene desperdicio. Les adelanto que entre otras flipantes propuestas, por el mes de mayo, lloverán pianos sobre Alcoy.

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