Tres monos

España es un país con más de cuarenta y cinco millones de indolentes mirando el dedo que apunta a la luna (según las últimas estadísticas). Llevamos demasiado tiempo petrificados como los tres monos místicos de Toshogu, la más certera representación de la rendición. No vemos, no oímos, no hablamos o bien por desidia o bien por miedo.  Pasan por delante de nosotros atrocidades con corbata y coche oficial y nos tapamos los ojos. Discursos plagados de mentiras, loas a lo absurdo y desfachateces que insultan a la más precaria inteligencia, y nos tapamos los oídos. Roban a sacos y nos tapamos la boca, no protestamos no siendo que acaben por quitarnos hasta los cubos de la basura, las oficinas del Inem o las esquinas donde extender la mano y agachar la mirada.

El último sindiós, la penúltima gansada viene de Cataluña. La idea de independencia puede resultar hasta romántica, creer tener la fórmula para refundar la Arcadia feliz en tu pueblo puede llegar a ser hasta un noble ideal. Pero fundar el paraíso sobre los cimientos de la ruina es  una temeridad que pone en juego la estabilidad de muchos.  Recordemos que hay muchos catalanes vegetando en el umbral de la pobreza. Hay un tanto por ciento reducido (CUP) que puede que tengan esa idea romántica de la que hablo. El resto del independentismo también es reducido. Un 3%. No sé si me explico. Que para taparse las vergüenzas o para salvarse el culo sean capaces de montar semejante pollo es como para figurar en un capítulo bien visible de la historia universal de la infamia. ¡Ya!, dirán ustedes. Pero ¿y las multitudinarias “Diadas”? ¿Y toda la peña que respalda el secesionismo? Verán. Los pobrecitos adoctrinados que pasaron por las escuelas catalanas, en las que les fomentaron un odio cerval a todo lo que no fuera una barretina, un castellet o un pan tumaca, ya tienen edad de votar. Todo está programado. No nos damos cuenta pero somos víctimas de una programación. Comemos lo que nos dicen, vestimos lo que nos mandan y votamos lo que nos dictan. El férreo adoctrinamiento franquista campaba por esos fueros.

Dan mucho miedo los nacionalismos porque del nacionalismo al paroxismo solo media una acequia. El españolismo rampante y ramplón tiene ya sus años. El catalanismo, el vasquismo, el galleguismo, los mismos, ellos por ellos. La estupidez de muchos es la tragedia de casi todos, y no escarmentamos. Seguiremos votando mirando el dedo que apunta a la urna.

Este nueve de noviembre de 2015, se han sentado las bases para la secesión, para alicatar el muro, para volver a clavar la estaca de la vergüenza. ¿Dónde está Lluis Llach ahora? “Si jo l’estiro fort per aquí i tu l’estires fort per allà, segur que tomba, tomba, tomba, i ens podrem alliberar” Y qué más da quién ponga la estaca, el muro, la frontera. Lluis Llach no se irá a Africa, como prometió. Usará la nueva estaca como cucaña con escalones. Ya nos contará/cantará lo que encuentra arriba. Un jamón de Guijuelo seguro que no.

El nueve de noviembre de 1989 caía el muro de Berlín, para regocijo de todos los que padecieron la estupidez de unos pocos. Seguimos siendo tan ciegos, tan sordos, tan mudos que estamos condenados a repetir la puta Historia. Somos monos sin criterio y básicamente gilipollas. La estaca, el muro, la frontera, las espinas de las alambradas repuntan cíclicamente porque somos cíclicamente imbéciles. No le demos más vueltas y recordemos: cuando vayamos a votar, antes de coger la papeleta, cojamos el kit completo: la venda para los ojos, la mordaza para la boca y los tapones para los oídos.

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