Antonio Murillo: un militar sevillano, precursor del judo local

El próximo 28 de noviembre, en la Sala Ágora, el Judo Club Alcoi bajará el telón a ocho meses intensos, que comenzaron en marzo pasado, con la presencia en nuestra ciudad de la campeona olímpica y vicepresidenta del Comité Olímpico Español, Isabel Fernández, en el acto que servía para anunciar el 50 Aniversario desde su fundación. En el vino de honor que se está preparando, uno de los protagonistas centrales será Antonio Murillo Pascual, un sevillano de 77 años, militar jubilado, que en 1965 puso los cimientos de lo que fue el primer club de la provincia. “Es algo que no puedo asegurar con seguridad porque Elche y Elda comenzaron también por la misma época, aunque no sé si antes o un poco después, pero lo que sí tengo claro que el Judo Club Alicante fue posterior a nosotros”, recuerda con una memórica casi fotográfica de aquellos tiempos.

Murillo llegó a nuestra ciudad tres años antes, en 1962, como sargento en el desaparecido acuartelamiento Vizcaya 21. Estuvo once años y aquí conoció a la que luego fue su esposa, Julia Ganga, matrimonio del cual nacieron sus dos hijos varones. En 1973 se tuvo que marchar a Cartagena, pero volvió a la provincia al año siguiente con un destino de tres años en Alicante y acabó su carrera militar en su Sevilla natal, donde se jubiló como comandante. Sin embargo, nunca olvidó de su querido Alcoy, en el que vive en su piso del barrio de Santa Rosa, ni a su recordado Judo Club Alcoi, al que “nunca he olvidado y siempre llevó muy dentro de mi corazón”.

Fue Francisco Santamaría quien encendió la mecha al presentarse en el cuartel para hablar con Murillo y José Ordóñez, que era otro sargento del destacamento. “Yo de joven era muy deportista. Había sido portero en el equipo de fútbol de mi pueblo. También practiqué balonmano y fui cinco años consecutivos campeón militar. El judo me gustaba mucho por la nobleza que desprendía. No había mala fe, ni tampoco trampas. Si ganabas o perdías no había problemas. Francisco Santamaría vino a hablar con nosotros porque en el cuartel practicábamos judo. Nos dijo que tenía un local en La Mistera, en lo que es hoy en día la iglesia de Santa Rosa. Le dijimos que sí y compramos una lona que llenamos de paja. Empezamos con 15 o 20 chavales entre 15 y 17 años. Había un capitán, Gerardo López Cuadra, cinturón negro y que fue quien me examinó para pasar de grados y llegar hasta cinturón marrón”.

Antonio Murillo fue quemando etapas hasta que en Madrid obtuvo el curso de entrenador como cinturón negro y de árbitro regional. Durante esa etapa compitió a nivel militar y consiguió ser tres veces campeón regional. MIentras tanto, las instalaciones de La Mistera se quedaron muy pronto anticuadas y surgió la posibilidad de cambiar de local. “Pasamos un invierno complicado. No había duchas, teníamos que entrenar con calcetines por el frío que hacía porque no reunía las condiciones mínimas, hasta que el Ayuntamiento a través de la Delegación de Deportes nos propuso un local que había en la calle San Vicente en el que también se practicaba el boxeo. Aquello fue otra cosa y ya hasta tuvimos agua para ducharnos”.

En poco tiempo el judo tuvo una aceptación muy grande. Murillo recuerda que estaban los alumnos del Judo Club, pero que también había un grupo en La Salle que él mismo se encargaba de impartir clase, otro en Salesianos donde estaba José Ordóñez y había un tercero en San Roque.“Llegamos a ser más de 200 alumnos entre todos los grupos. Yo recuerdo que solo en La Salle tuve sobre medio centenar de chicos. Hacíamos una gimnasia sueca que gustaba mucho. Para muchos era una gran ilusión venir a nuestras clases. Les decíamos a los alumnos que no utilizaran aquellas enseñanzas en la calle y siempre lo respetaron. Fue una época muy bonita de la que guardo un gran recuerdo. Una vez el Ayuntamiento me pidió que hiciera una exhibición de defensa personal”.

Su vinculación con nuestra ciudad se rompe en 1973. Las obligaciones militares con ascenso a brigada le llevan hasta Cartagena, donde se produce también una ruptura con el judo. Fue transitorio, apenas duró un año, el tiempo que tardó en volver a la provincia y establecerse en Alicante, su destino para los siguientes tres años. Recuperó su apego al judo en Montemar, impartiendo clases a los más pequeños, pero también dando clases de gimnasia… a mujeres. “Fueron tres años”, recuerda con una sonrisa. “Tengo recuerdos imborrables de aquellos inicios. Ver que críos que empezaron conmigo ahora son hombres y te ven por calle y se paran a hablar contigo. Es una satisfacción muy grande observar que aquello que con tanta ilusión se empezó ha sobrevivido con tan buena salud con el paso del tiempo. Para mí es todo un orgullo. Recuerdo que a Ordóñez y a mi nos costaba dinero del bolsillo. Los alumnos que venían pagaban una pequeña cuota pero era pagar gastos de mantenimiento. Constántemente hacíamos viajes a Alicante, Valencia, Elche o Elda e íbamos con nuestro coches. Recuerdo que dos veces me puso una multa la Guardia Civil, una por ser más gente de la permitida y otra por exceso de velocidad, algo en lo que no estuve muy de acuerdo, y el dinero salió de mi bolsillo. Hasta que entrené en Alicante no empecé a ganar algo de dinero en el judo”, se sincera.

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